Ya se ha gritado mucho sobre si Don’t Look Up (2021) es la mejor película política del siglo o es la peor basura propagandística; si es la cumbre del activismo inteligente o una hipócrita queja capitalista sobre el capitalismo.
Llevo varios días pensando desde dónde mirar la última obra de Paolo Sorrentino. Tal vez lo mejor sea hacerlo desde la materia prima del cine: lo real.
“Es inútil estar vivo fuera si estás muerto dentro”. Es el grafiti en un muro de la cárcel de Rebibbia, una de las zonas urbanas de Roma.
A Mark Duplass le gustan las historias nostálgicas de personajes masculinos, con un complejo paso –o no paso– hacia la adultez, así que decidió escribirlas, producirlas y actuarlas.
Hace tres meses, en Cannes, fueron once minutos de aplausos los que siguieron al estreno de Tres pisos (2021), la última película de Nanni Moretti.
Cry Macho solo puede ser comprensible –e incluso disfrutable– como uno de esos cuentos que el abuelo relata a sus nietos.
El director chino Jia Zhangke, en esta película que fue parte de la sección oficial de Cannes y premiada en San Sebastián, coloca la misma canción tanto al inicio como al final. En ambos momentos vemos bailar a Tao.
Quién nos mandó a subir tanto las expectativas. Es verdad que la segunda entrega de “A Quiet Place” empalma perfectamente con la primera: nos ofrece un flashback-prólogo a toda historia.
Heidegger no parece asustarnos demasiado cuando nos recuerda que, ahora mismo, mientras pasan estos segundos, nos estamos muriendo. Pero, ¿y si cambiamos el juego y estaríamos olvidando poco a poco?
Decir que al crítico de cine Peter Bogdanovich le parece la mejor “screwball comedy” de Hollwood, y que al filósofo Stanley Cavell le parece una justa heredera de la comedia shakespeareana, no es poca cosa.
Si algún día llegamos a ver un rayo verde en el horizonte –un fenómeno atmosférico que sucede durante un segundo antes que desaparezca el sol– entenderemos con claridad, por fin, nuestros propios sentimientos y lo de quien está a nuestro lado.
Tal vez nada, nunca, vuelva a generarnos las emociones de un verano adolescente en la playa. En la última película de Pixar está esa inseguridad por no pertenecer, como la de Giulia, que no es popular porque en realidad vive en Génova con su madre, o la inseguridad de Luca y Alberto, que son… monstruos marinos que cuando pisan tierra toman forma humana.
¿Por qué dos seres de la naturaleza son empujados por esa fuerza extraña que los arrastra a estar juntos físicamente? ¿Por qué deciden iniciar ese proceso, lento y delicado, de tantear poco a poco el terreno del otro? ¿Por qué inician aquel ritual de ceder el propio espacio para convertirlo en espacio común? Esas preguntas flotan después de ver My Octopus Teacher (2020), la cinta que se llevó el último Oscar al mejor documental del año.
La espera, la paciencia, el tiempo. Son tres componentes fundamentales del cine de la chilena Maite Alberdi. Son tan importantes como conseguir fondos suficientes o equipos adecuados para filmar. Lo que inicialmente iba a ser un documental sobre el maltrato en un hogar de ancianos en Santiago, termina siendo gracias a la honestidad y a la sensibilidad de Alberdi un espejo que nos muestra la soledad en la que nosotros abandonamos a esta minoría silenciosa. Porque en medio del proyecto descubren que el maltrato no estaba dentro, sino fuera. En nosotros que cerramos los ojos frente a la vejez. Pero la espera, la paciencia y el tiempo no se contraponen a la aventura, ni a las sorpresas, ni a los giros de guion. De hecho, hicieron que Alberdi diera con don Sergio, el anciano de 87 años más carismático y generoso del cine, que se infiltra en el lugar como detective pero termina como amigo; e hicieron también que las cámaras registraran escenas de intimidad que nos sacan en cara que lo úl
"En esos momentos te das cuenta de que puedes amar mucho a alguien, pero ese amor no es suficiente". Quien lo dice es el francés Florian Zeller, uno de los principales dramaturgos de nuestros días. Y se refiere a la experiencia de haber vivido, desde sus quince años, la progresión del Alzheimer en su abuela. De esa experiencia surge la obra de teatro Le Père El Padre estrenada en 2012 y premiada como la mejor de aquel año. Fue llevada a las tablas en todo el mundo y, ahora, el mismo Zeller dirige su adaptación cinematográfica junto a nada menos que Olivia Colman y Anthony Hopkins. Decidió rodarla en inglés y cambió el nombre del personaje a Anthony solo para conquistar al actor de 83 años. No se equivocó: en esa mezcla de violencia con vulnerabilidad parece que perdemos a alguien cercano por todas las veces que lo hemos visto en el cine. La película es una especie de Tenet en cuanto a su complejidad temporal, pero esta vez no por un capricho de Nolan, sino por mantener la coher
La investigación de un científico danés sostiene que todos sufrimos de un 0,05% de déficit de alcohol en nuestra sangre. Si procuramos compensarlo de manera controlada, escondiendo botellas aquí y allá, podremos ser mejores amigos, padres, esposos, profesionales... Esta es la hipótesis que cuatro profesores de un colegio danés quieren someter a experimentación con sus cuerpos. Pero, como es lógico, la última película de Thomas Vinterberg mejor película europea del año y ahora candidata a los Oscar no se queda en ese simple juego, en el que vemos todas las fases por las que pasa el sistema nervioso de los actores, especialmente de Mads Mikkelsen. No le interesa esa primera victoria efímera, cuando se hidratan los vínculos sociales o cuando desaparece el tedio de pareja. Lo que al cineasta le interesa, más allá del alcoholizado contexto que involucra a adultos y jóvenes, es ese sinsentido en el que están sumidas las vidas de los cuatro amigos protagonistas, que rondan los cuarenta años
En un contexto en el que todos quieren forzar su propia militancia en la creación ajena, en donde todos queremos colocar en cuello del otro nuestro propio pañuelo, las víctimas son obras delicadas como la primera película de Pilar Palomero. La cinta española más importante del 2020 cuatro Goyas refleja la vida de Celia, una niña-adolescente, en aquella edad en la que se comienza a descubrir capas nuevas en la realidad, esas que siempre traen vértigo y dolor. Sucede en un momento histórico concreto: aquellos primeros años noventa en los que convivían, por ejemplo, las primeras campañas publicitarias abiertas de preservativos, junto con la marginación a las madres solteras, todo a la sombra de las enseñanzas de las monjas del colegio. De hecho, la idea de la película surge cuando la directora-guionista lee en sus cuadernos de primaria los antiguos dictados de educación sexual que copiaba en clases de religión. La mirada de Palomero y la gran cámara de la boliviana Daniela Cajías, qu
Nomadland es otra perla rara de Chloé Zhao. Había visto The Rider (2017) por casualidad: esa melancólica película en la que el protagonista, un campeón de rodeo que tuvo un accidente y no puede volver al ruedo, es protagonizada por un campeón de rodeo que tuvo un accidente y no puede volver al ruedo. Ahora repite ese territorio de tregua entre lo real y lo ficticio. Nomadland narra la historia de una mujer que, habiendo perdido a su marido y a su pueblo tras el cierre de la única industria, se lanza a vivir en su propia furgoneta por las carreteras del oeste. Gran parte del personal de la película vivió cuatro meses en caravana grabando a Frances McDormand ser escoltada por un coro de personajes secundarios, no profesionales, que son nómadas. Zhao extrae la información de una investigación periodística en la que se muestra a esta comunidad, muchas veces obligada a vivir en esa condición llegar a la vejez sin una pensión o por no poder pagar ningún alquiler. La adaptación es brillante,
Veo que mi pregunta no es exclusiva sino que se la hacen en varias entrevistas a Eliza Hittman, directora y guionista: ¿por qué en su película todos los hombres buscan abusar de las mujeres? El compañero de clase, el padrastro, el jefe en el trabajo, el tipo que se sube al metro, ese otro que conocen en el bus… Y la pregunta no surge por una reivindicación masculina, ni muchísimo menos, sino por razones estrictamente cinematográficas. Por razones de verosimilitud, que diría Aristóteles, sobre todo porque el gran valor de “Nunca, casi nunca, a veces, siempre” está en ese naturalismo con el que filma Hittman, que el jurado de Sundance llamó “neorrealismo”, en el que ni siquiera los primeros planos distraen sino que intensifican la exploración. No sirve la excusa de que lo que interesaba es la percepción de Autumn, la protagonista, porque la fuerza de la historia está afuera. La pregunta tampoco es desviarme del tema: la violencia de muchas miradas masculinas a la que está sometida es tal
Por suerte llegó Sofía Coppola: si no es para salvarme, al menos sí para hacer menos fatigosa mi búsqueda de la mejor película del año pasado. Y ya es febrero. Coppola llegó con una de esas ligeras comedias sofisticadas, en una Nueva York de ricos, con importantes temas escondidos entre cócteles en bares de lujo. Laura es una escritora que probablemente ha llegado a su crisis de los 40. Tiene un bloqueo creativo, sus pequeñas hijas absorben su tiempo y cree tener indicios de que su esposo la traiciona. Ella –una adorable Rashida Jones de jeans y camiseta eternos– piensa que ya no es una mujer interesante. Sin quererlo demasiado, involucra en las sospechas a su divorciado padre, un millonario dandi mujeriego, quien la arrastra a una investigación detectivesca. En el proceso, mientras aconseja a su hija en crisis, él –siempre con un tono cautivador y pseudocientífico de Bill Murray– suelta continuas peroratas biológicas sobre la necesidad natural del macho por reproducirse con lo que tie