Tres pisos (2021)
Hace tres meses, en Cannes, fueron once minutos de aplausos los que siguieron al estreno de Tres pisos (2021), la última película de Nanni Moretti. En la sala estaba Eshkol Nevo, el autor israelí de la novela que adaptó el cineasta italiano. Es un relato de cómo se entrecruzan las vidas de cuatro familias que conviven en un mismo edificio. Nevo fue acompañado por su hija de dieciocho años que, por comprensibles reparos, nunca suele leer sus libros. Sin embargo, esta vez el escritor podía observar en tiempo real las reacciones de ella frente a la pantalla: cuándo sonreía, cuándo sostenía alguna lágrima, cuándo ella se sostenía de su mano... No debe ser sencillo estar de frente a la creación –otra– de tu padre, sobre todo si se trata de un relato de conflictos entre padres, madres e hijos. Antes de los aplausos, la hija de Nevo se giró hacia él y le dijo: “Papá, es una película lindísima”. Y lo que él pensó –y no dijo– fue: “Esto no existiría sin ti, sin lo que me has enseñado sobre las crisis y sobre el amor”. Casi no he hablado de la película, pero no hace falta porque justamente se trata de eso: de cómo el cine –cierto cine– le puede arrancar a la realidad pedazos de vida. Un cine de personas normales que somos moldeadas por los vaivenes que supone ser padres, madres o hijos; de muertes que nos llevan a dejar mensajes de voz en buzones que nadie escucha, o de incertidumbres que nos pesan durante años hasta que finalmente se desenredan. Es verdad que este Moretti es más el Moretti de La habitación del hijo (2001), tal vez menos ligero y con menos humor. Y está bien que sea así.
