¿Adiós al populismo?

Quienes consideraron que por el solo hecho que hace dos años hubo un cambió de la persona a cargo de la administración pública habíamos abandonado el populismo recalcitrante, estaban totalmente equivocados. Basta mirar lo que sucede en toda la Región. La representante del gobierno más corrupto de la historia en tierras patagónicas tiene una intención de voto para las elecciones de octubre que alcanza el 30%. El dictador de Caracas que en forma eficiente terminó la tarea del golpista Chávez, pauperizando esa nación, aún posee un respaldo que no desciende del 20% de la población. Lula, con traje de presidiario, aún mantiene un enorme apoyo. Sin duda, si pudiera participar en elecciones, tal vez ganaría. Ese fenómeno, que tampoco es exclusivo de tierras suramericanas, se reproduce entre nosotros y el último proceso eleccionario lo ha confirmado. Esto no quiere decir necesariamente que por sí solo el populismo pueda volver al poder, pero tiene una base sólida que les alcanza para ocupar espacios; y, al menor descuido, alzarse con sonados triunfos. Los que increíblemente no vieron la amenaza son sus competidores, que prefirieron enfrascarse entre ellos en luchas minúsculas, sin avizorar que dejaban despejada la vía para que los defensores a ultranza de una década oprobiosa consigan una victoria significativa.

Chirriar los dientes y abominar porque supuestamente los electores se equivocan en su elección no conduce a nada, salvo que la clase política tome nota adecuada de este fenómeno y busque echar a andar un gran pacto social auténtico, sin propósitos ocultos, que consiga reorientar al país por una senda de desarrollo en la que la tarea principal no sea sólo crecer económicamente, sino que en esa ruta se atiendan las emergencias más visibles para eliminar esas brechas indignantes, una verdadera afrenta.

Para eso es importante trabajar en la idea de la Nación que queremos construir en la que quepan todas las opiniones, sin descalificaciones previas ni prejuicios indignantes que lo que consiguen es ahondar las grietas y profundizar la división entre los habitantes de este país. La tarea compete a todos. A la academia, a las universidades, a los gremios, a todos aquellos que de alguna manera tienen alguna representatividad de la vida del país. Hay que repensar la sociedad que queremos reedificar, sin exclusiones de ninguna clase, sin que nadie pretenda aprovecharse de esa reconstrucción para imponer su visión única o de grupo por sobe la de los otros.

Si continuamos como hasta ahora y no se actúa con un mínimo de desprendimiento, no habrá forma de re encausar una marcha que sólo nos conduce a ampliar las fronteras de la marginalidad y la pobreza. Lo sucedido ha sido una muestra de lo dicho. Que en el próximo proceso eleccionario no les vuelva a tomar desprevenidos o por sorpresa, si por egos y vanidades no son capaces de ponerse de acuerdo y den ventajas a un populismo destructor que, por lo visto, goza de muy buena salud.

mteran@elcomercio.org