Enfadados

En el último proceso eleccionario se observó nítidamente la irrupción de un sector poblacional que determinará el futuro cercano de este país. Los votantes menores de 40 años, hombres y mujeres, son la inmensa mayoría; y, con razones valederas, están decepcionados básicamente por la falta de oportunidades. Muchos de este gran conglomerado sentirán que su esfuerzo para la obtención de calificaciones académicas no les ha servido de mucho, cuando al momento de buscar un empleo advierten que son muy pocos los espacios que se abren para poder incorporarse al mercado formal de trabajo, que la competencia es inmensa y las expectativas de ingresos que mantienen se estrellan con la realidad. A esto se suma que los jóvenes en la actualidad tienen acceso a muchísima más información que la que tenían sus padres en el pasado, por lo que con justa razón se sienten con mayor capacidad para enfrentar tareas mejor remuneradas. Pero el mercado no los incorpora, más bien perciben su rechazo. Muchos fueron atraídos por el espejismo de precaria seguridad que les otorgaba obtener un empleo público, pero esa vía está saturada; y, salvo que este gobierno o los siguientes insistan en seguir por esa ruta a sabiendas de que en el futuro el mecanismo es insostenible, ingresar a las filas de la burocracia tampoco será la solución.
De esa manera se va configurando un hastío que resulta preocupante por cuanto ese ejército de jóvenes, muchos de ellos con buena formación, no encuentran la manera de integrarse al mundo del empleo formal, lo que a la larga produce frustración y enfado. Indignados y molestos, en ocasiones con rabia, serán los receptores de tantas promesas que se emiten por cuanto irresponsable anda por ahí y que para captar el apoyo popular son capaces de decir cualquier cosa, como ya nos ocurrió en la última década, para al final encontrarnos en una situación peor de la que nos quisimos alejar.

Hay que poner sobre la mesa alternativas que busquen solucionar el problema de fondo. No habrá opciones de empleo si los que tienen a cargo implementar las políticas públicas, de manera decidida, no se inclinan por brindar certezas y seguridades a los que están en capacidad de invertir y arriesgar sus patrimonios. Tampoco contribuirá a crear plazas de trabajo si por las urgencias de un Estado desbordado se pretende agobiar más a los particulares con una mayor carga tributaria, lo que se convertiría en verdadero lastre.

Si no se atiende con urgencia semejante problema, este grupo poblacional podrá ser fácil presa de los ilusionistas. Como se ha observado, ya no son los tiempos del respeto reverente y caduco a supuestas figuras rimbombantes de la historia. Ahora el futuro se crea día a día con la interacción de las autoridades con los administrados. En ese intercambio podrán encontrar que a las nuevas generaciones no les interesa convertirse en un número más de la estadística, sino vivir a plenitud y plasmar en realidad sus aspiraciones. Nada habría más pernicioso que sus preferencias sean dictadas por la ira.

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