Decir que al crítico de cine Peter Bogdanovich le parece la mejor “screwball comedy” de Hollwood, y que al filósofo Stanley Cavell le parece una justa heredera de la comedia shakespeareana, no es poca cosa. Por lo primero, “The Lady Eve” (1941) está llena de movimiento físico, especialmente de tropiezos o caricias. Por lo segundo, tenemos ocultamientos de identidad y reconocimiento, aceptación y rechazo del amor. Jane (Barbara Stanwyck) es una jugadora profesional de cartas que, junto a su padre, en un transatlántico, quieren arrebatar todo el dinero posible al millonario Charles (Henry Fonda), un ingenuo investigador que está volviendo de la Amazonía. Esta relación de embaucadora-embaucado tambaleará por momentos y, en el momento en el que parece que finalmente estarán juntos, se vuelve todavía más intensa. Cuando ella planifica una venganza bajo una nueva máscara –ahora transformada en Eve– en la que el dinero ya ha pasado a un segundo plano, dice: “Él no es un idiota, solo es un científico”. Sucede que en toda la película se enfrentan dos tipos de conocimiento: por un lado, el que lleva a Jane-Eve a ser experta en predecir las conversaciones de los demás mientras los mira por el espejo –una simulación del mismo Struges sobre lo que es el cine– o, por otro lado, el que lleva al especialista en reptiles a conocer de memoria clasificaciones que ni siquiera le interesan, mientras es incapaz de resistir los embates de la belleza y de la astucia de Stanwyck-Jane-Eve. Son dos polos opuestos. Veremos qué tipo de conocimiento vence la batalla de la atracción. Veremos cuánto es necesario conocer (o cuándo es mejor no conocer).