Si algún día llegamos a ver un rayo verde en el horizonte –un fenómeno atmosférico que sucede durante un segundo antes que desaparezca el sol– entenderemos con claridad, por fin, nuestros propios sentimientos y lo de quien está a nuestro lado. Es la promesa de la completa lucidez. Lo dice un personaje secundario de la película “El rayo verde” (1985), de Eric Rohmer, pero en realidad está poniendo en palabras lo que busca Deplhine, la protagonista, durante la hora y media que dura la historia –y probablemente es lo que buscará durante toda su vida: ella, Rohmer y nosotros–. El relato transcurre los primeros días de julio –estos días– en París. Una amiga la deja plantada con el plan que habían hecho para las vacaciones, así que Delphine intenta, sin éxito, unirse a varios grupos en los que no se siente verdaderamente parte. Todos le sermonean sus propias soluciones: sal, conoce gente, viaja por tu cuenta, ven con nosotros, por qué no te quedas… Ella quiere exprimir el verano al máximo, pero tal vez anhela más de lo que el lenguaje y las acciones nos pueden proveer. Quizá al final lo consiga; después de la conversación en la que finalmente alcanza cierta transparencia y nos cuenta que, muchas veces, peor que la soledad es huir engañosamente de ella.