My Octopus Teacher (2020)
¿Por qué dos seres de la naturaleza son empujados por esa fuerza extraña que los arrastra a estar juntos físicamente? ¿Por qué deciden iniciar ese proceso, lento y delicado, de tantear poco a poco el terreno del otro? ¿Por qué inician aquel ritual de ceder el propio espacio para convertirlo en espacio común? Esas preguntas flotan después de ver My Octopus Teacher (2020), la cinta que se llevó el último Oscar al mejor documental del año. En este caso no se trata de la unión de dos personas, sino de una persona y un pulpo hembra. Todo empieza cuando Craig, un cineasta en crisis vital, decide como terapia volver al buceo. Entonces, en un paseo por los bajos fondos marinos, se encuentra con una lámpara de conchas de colores que resulta ser el pulpo escondiéndose de los tiburones. Craig se queda prendado de aquella imagen que oscila entre la astucia y la timidez. Decide visitarla todos los días. Entonces empieza ese proceso en el que se pierde el miedo paulatinamente; un proceso en el que, aunque uno deba salir desesperadamente a tomar aire, es más importante no arrancar del cuerpo las ventosas con violencia porque el susto puede ser letal con la relación; un proceso que les conduce hacia la alegría de salir algún momento juntos hasta la superficie. Solo esa cercanía cotidiana, junto al cuidado por no intervenir nunca en su entorno natural, permiten a Craig sufrir con el dolor del pulpo o disfrutar cuando el animal supuestamente poco inteligente y antisocial juega con otros peces. En el guion del documental sobran la crisis del cineasta y las lecciones de paternidad que aparentemente aprende: las imágenes de esa relación hombre-pulpo transmiten suficiente empatía como para buscarla en más tramas.