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La historia de la sexualidad de los ecuatorianos sigue en pañales porque la gente de bien pretende salvaguardar, mutilándola, la imagen de nuestros próceres cuando la verdad es que esta anda por la calle envuelta en chismes y rumores que se alimentan de intereses políticos.
Luego de 15 días de hablar de bombas y vándalos y subsidios, para que se distiendan un poco, atribulados lectores, vamos a tocar un tema más grato: el sexo. Sí, porque en esta hora oscura en la que hemos decidido refundar la patria desde las cenizas de El Arbolito, éjem, necesitamos saber al menos por qué la mayoría pierde periódicamente la cabeza por los machos alfa.
Sin alcalde ni presidente, sin líderes ni partidos que la guíen ni fuerzas del orden que la protejan, la clase media quiteña se siente avasallada esta mañana del 9 de octubre. Esa misma CM eufórica y novelera que derrocó a Bucaram por patán y a Lucio porque tenía cara de cholo, las cosas como son, y cuyos forajidos fueron un semillero de correístas, tal como lo fueron la ID y Pachacutek, está pagando el error de haberse enamorado de un embaucador que la traicionó.
La semana pasada, mientras leía el libro de entrevistas de Nick Mills, ‘Osvaldo Hurtado visto por sus contemporáneos’, falleció Jacques Chirac. 40 años de una vida política llena de altibajos, detalles pintorescos y hasta una sentencia por corrupción, se redujeron a la etiqueta que le adosó la prensa: “El que dijo No a la guerra de Iraq”. Supongo que la frase equivalente para Hurtado sería: “El que enfrentó a las dictaduras de Febres Cordero y Correa”. Etiqueta que se impregna de valentía al contrastarla con la sumisión de otros líderes políticos e intelectuales al proyecto de una banda de aventureros que devastó al país.
Sin pena ni gloria, los individualistas e inmediatistas millenials, que básicamente querían viajar, consumir y tomarse selfies para Instagram, han pasado a engrosar la sección de las generaciones perdidas. Hoy, liderados por una muchacha de aspecto frágil pero capaz de enrostrar a los poderosos del mundo, millones de adolescentes irrumpen en las calles de Occidente con una consigna muy clara: luchar contra el calentamiento global, es decir, luchar por la supervivencia de la especie humana. Ni más ni menos.
En estos días cuando tenemos a Argentina en la punta de la lengua, no por las buenas sino por las malas razones, consuela recordar que en la misma ciudad donde brotaría la hidra del peronismo, un día como este, hace 120 años, nació un genio de literatura: Jorge Luis Borges.
¿Se acuerdan de Cambridge Analytica, la consultora inglesa que fue la principal responsable del triunfo del Brexit y de Donald Trump y que se apropió sin autorización de los datos personales de más de 50 millones de usuarios de Facebook? Pues sobre ese escandaloso asunto, Netflix acaba de lanzar ‘The Great Hack’, otro estupendo documental cuyo título en español ha sido dulcificado a ‘Nada es privado’ mientras un crítico la califica como “la mejor película de horror del año”.
En mi despreocupada juventud leí un cuento de Marcel Schwob, un simbolista francés admirado por Borges. Se llamaba ‘Las milesias’ y partía, sin nombrarla, de una historia narrada por Plutarco sobre una ola inexplicable e imparable de suicidios juveniles que acontecieron en la isla de Mileto.
Cuando vengo a Lima suelo visitar El Cordano, un café que funciona hace más de un siglo a un lado del palacio de Pizarro y ha visto pasar ante sus mesas de mármol a muchos presidentes del Perú. Esta vez he recordado aquí a otro hijo de revolucionarios, el que llegó más alto y se quitó la vida hace tres meses cuando la policía iba a aprehenderlo por el caso Odebrecht. Me refiero a Alan García, quien nació en 1949 mientras su padre, un agitador del APRA, el partido izquierdista de Haya de la Torre, guardaba larga prisión bajo la dictadura de del general Odría.
Ahora que se cumplen 50 años del aterrizaje lunar, uno de los astronautas del programa Apolo declara con una sonrisa: “Llegamos a la Luna porque no teníamos miedo a lo desconocido y queríamos asumir los riesgos”. ¡Bravo! La curiosidad y el coraje han sido la clave de la aventura humana; esa valentía indispensable para enfrentar lo nuevo y lo ignorado en todos los campos de la vida, a la que se añade la capacidad de reconocer los derechos que van surgiendo y que empujan la sociedad hacia adelante, no hacia atrás como pretenden los fundamentalistas.
Hace algunos años, a la hora de los whiskies, un miembro de un consejo editorial dijo con tristeza que el médico le había prohibido probar una gota de alcohol. “A mí también me prohibieron, pero lo solucioné muy fácil”, replicó un contertulio. ¿Cómo? “Me cambié de médico”. Risas y whisky para todos.
Para usar la retórica del populismo, las fuerzas del bien y el mal nos recordaron el martes que el país sigue abocado al brutal dilema entre la gente honrada y trabajadora y las huestes del correísmo. Mientras un risueño y esforzado ciclista carchense ganaba por segunda vez una etapa del Giro de Italia, en la posesión de la prefecta de Pichincha se exigía con gritos de guerra la liberación de Jorge Glas, quien inició su carrera plagiando la tesis de ingeniero y la culminó con los millones de Odebrecht y el arroz chino de su tío Ricardo.
Así como las pandillas inventan una jerga propia para no ser detectadas por la policía, el correísmo acuñó el membrete ‘arroz verde’ para encubrir las recaudaciones ilegales de campañas electorales que cruzaban cuentas infladas de proveedores y repartían millones en efectivo a los capos altivos y soberanos que ahora niegan padre, madre y Odebrecht. De yapa, el escándalo estalló al mismo tiempo que Netflix lanzaba ‘A la conquista del Congreso’, un documental que sigue la independiente y apasionante campaña de la joven estrella de la política norteamericana, Alexandria Ocasio-Cortez, y de otras tres candidatas. Se preguntarán qué tiene que ver lo uno con lo otro. Mucho, pues Alexandria, que trabajaba de mesera en una taquería, llevó adelante su campaña en un distrito latino y negro de NY sin aceptar donaciones de corporaciones ni de grandes fortunas porque esa es la manera de comprar y subordinar a los políticos, dijo, tesis que se aplica perfectamente acá donde basta cotejar los contrib
Pregunto cuál porque llevamos 500 años viviendo sucesivas fiebres del oro; lo único que va cambiando es el color del producto. Del mito de El Dorado que volviera locos a los españoles pasamos, a fines del siglo XIX, al esplendor de la pepa de oro que enriqueció a los gran cacao hasta que llegó una crisis de sobreproducción y la escoba de la bruja arrasó las plantaciones ribereñas.
Hubo elecciones en Ucrania, ese pequeño país que sufre los zarpazos y dentelladas de su enorme vecino, el Oso Ruso. Ya le arrebató Crimea y fomenta la guerra separatista de otras provincias. En circunstancias tan adversas, uno esperaba que los ucranianos eligieran como presidente a la persona más calificada para orientar y defender a su pueblo. Pues no, luego de un debate circense en un estadio, escogieron a un cómico que se volvió famoso representando a un don nadie que se convertía en presidente. Por él votaron, por el personaje de ficción, en un acto de resentimiento, despecho o inconciencia. Es decir que votaron por un mundo irreal, por un arreglo ficticio.
En una radio on line una científica explica las cosas increíbles que convergen en la fotografía de ese agujero negro que se halla a más de 50 millones de años luz y tiene 6 500 millones de veces más masa que el sol (cifras tan incomprensibles para un ecuatoriano de a pie como los 35 000 millones de dólares que desaparecieron en el agujero negro de la corrupción correísta). Por ello, cuando le preguntan a la doctora qué significa todo eso para la humanidad, yo pienso en lo infinitamente insignificantes que somos ante la edad e inmensidad del universo, pero ella destaca la asombrosa capacidad del pensamiento humano para ir descifrando los enigmas del cosmos. ¡Bravo!
Inesperado para las élites y los encuestadores, el triunfo de Jorge Yunda avivó el falaz argumento de que existen dos ciudades adversarias, una moderna y opulenta al Norte y otra pobre y atrasada al Sur. Pero resulta que esa construcción bipolar habita mucho más en el imaginario de los quiteños que en la realidad geográfica, empezando porque el supuesto Norte–reducto–de–pelucones no queda al norte del larguísimo chorizo que es Quito; si acaso, habría que buscarlo al este, en Cumbayork y sus alrededores.
No, no me he contagiado del virus correísta que hizo perder la cabeza a demasiados quiteños durante varios años y que sigue causando estragos como lo demostraron las elecciones del domingo, tan pintorescas con su Gran Ausente 2.0 y su Maestro Juanito 2.0; con un general desvencijado por las glorias del pasado y ese joven de laboratorio versión 5D que evidenció el mal olfato político de Lasso; con el justiciero Montúfar, quien hizo una buena campaña pero es incapaz de aglutinar a la vapuleada clase media; y Pabón metiéndose por las tranqueras.
Europa está asustada. (Los ecuatorianos también, pero como hay veda electoral no se puede nombrar a los cucos que nos amenazan). Muchos columnistas de España, Francia y el Reino Unido, al borde del colapso por el Brexit, advierten que la democracia está siendo atacada por diversos flancos. A falta de nuevas categorías para el siglo XXI, se habla del renacer del fascismo o del populismo de derechas. Unos comparan la situación actual con la crisis de los años 30, cuya expresión más siniestra fue el nacionalsocialismo.
En los concursos colegiales de oratoria se escuchaba la frase de madame Roland, camino a la guillotina: “¡Oh, libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”. Hoy, mirando el horror de la República Bolivariana de Venezuela, se puede decir con igual indignación: ¡Oh, Libertador, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!