En una radio on line una científica explica las cosas increíbles que convergen en la fotografía de ese agujero negro que se halla a más de 50 millones de años luz y tiene 6 500 millones de veces más masa que el sol (cifras tan incomprensibles para un ecuatoriano de a pie como los 35 000 millones de dólares que desaparecieron en el agujero negro de la corrupción correísta). Por ello, cuando le preguntan a la doctora qué significa todo eso para la humanidad, yo pienso en lo infinitamente insignificantes que somos ante la edad e inmensidad del universo, pero ella destaca la asombrosa capacidad del pensamiento humano para ir descifrando los enigmas del cosmos. ¡Bravo!
Al día siguiente, por desgracia, el viaje es hacia atrás. Medio planeta mira con angustia e impotencia, en vivo y en directo, cómo arde la catedral de Notre Dame, delirio del arte gótico, edificada en una época en la que el relato religioso cohesionaba, movilizaba y daba sentido a la sociedad. Dos invenciones formidables de la mente humana: el sistema religioso con su corte de dioses, reyes y demonios, ligado a la arquitectura gótica que expresaba el inmenso poder material y espiritual de la Iglesia, que solo será superado por los rascacielos del siglo XX, cuyo trágico emblema fueron, cómo no, las Torres Gemelas.
En esta nueva encrucijada, la memoria escrita en piedra es clave para registrar y palpar de qué mundo venimos ahora que arranca una nueva etapa donde la humanidad empieza a cambiar de esencia con la modificación del ADN, la creación de vida en el laboratorio, el desarrollo de la inteligencia artificial y otros descubrimientos fantásticos. Sobre todo porque en el largo recorrido ‘de animales a dioses’ como lo plantea Harari en su libro ‘Sapiens’, hemos ido cambiando de relato según la época, de suerte que la narrativa religiosa del Medioevo queda para la nostalgia.
Como la misma París pues ninguna ciudad rinde mejor testimonio del tránsito de la fe a la razón. Su célebre universidad nació a mediados del siglo XII, vecina y contemporánea de Notre Dame. Y no es casual que los salones parisinos inflamaran el Siglo de las Luces que culminó con la gran revolución burguesa.
Templo convertido en ícono, no solo de Francia sino de la civilización europea, el fuego que estuvo a punto de destruirlo puede ser visto también como un símbolo de la resurrección, no del Hijo de Dios sino de los demonios del nacionalismo, el racismo y el rencor que azuza un tal Steve Bannon, profeta del llamado nacionalpopulismo que amenaza con derribar el máximo organismo que construyó la racionalidad política: la Unión Europea. Extraño momento: mientras los mejores cerebros descifran el lenguaje de la vida y las estrellas, la estupidez y el revanchismo, igualmente humanos, nos jalan de las patas hacia el agujero negro de un oprobioso pasado. Allá y acá.