Luego de 15 días de hablar de bombas y vándalos y subsidios, para que se distiendan un poco, atribulados lectores, vamos a tocar un tema más grato: el sexo. Sí, porque en esta hora oscura en la que hemos decidido refundar la patria desde las cenizas de El Arbolito, éjem, necesitamos saber al menos por qué la mayoría pierde periódicamente la cabeza por los machos alfa.
Para descubrirlo quizás sea indispensable hacer una historia de la sexualidad de los ecuatorianos pues solo así se puede comprender “la esencia de una nación”, como anota Federico Andahazi en su delicioso libro ‘Argentina con pecado concebida’, donde añade que “el modo en que ejercieron el poder muchos de nuestros próceres solo se comprende a la luz de la forma en que ejercieron el sexo”. De ahí que sus páginas bullan con las hazañas y los enredos amatorios de prohombres que van desde San Martín, Belgrano y el tirano Rosas hasta Carlitos Gardel, cuya orientación sexual diera pábulo a más comentarios que su nacionalidad.
Quien impuso el modelo de líder por estas tierras fue un militar venezolano, Simón Bolívar, que sedujo a muchachas desde Caracas hasta Lima y cuya versión más actual y distorsionada fue un coronel armado de lengua fácil y chequera inagotable que subyugó a los revolucionarios de La Habana para abajo, aunque junto a la foto del Che Guevara, Chávez parecía lo que era: un megalómano fascinado con el aplauso de la platea.
Digamos que nuestra historia empezó con más elegancia poco antes del Diez de Agosto con el discutido affaire entre el barón Alexander von Humboldt y el joven aristócrata Carlos Montúfar, del que me enteré mirando la película Humboldt, filmada aquí en los años 80 por el alemán Rainer Simon, que arrancaba con Montúfar levantándose del lecho de campaña del barón.
La homosexualidad de ese sabio extraordinario que fue Humboldt ha sido siempre tratada con pinzas. En Quito, el tema brotó de una carta de Francisco José de Caldas al español Mutis, en la que se lamentaba que el alemán llevará de acompañante a este “adonis de costumbres disolutas”. Pero Montúfar era mucho más que eso. Efectivamente acompañó a Humboldt por varios países americanos hasta terminar en España donde combatió contra los invasores napoleónicos y volvió en calidad de comisionado regio, pero acá participó en la revolución y creación del Estado de Quito. Era ilustrado y valiente: tras la derrota militar, luego de varias peripecias se enroló con las tropas del Libertador. Apresado en Buga, aunque las damas recolectaron joyas para pagar un rescate, fue fusilado.
Humboldt, en cambio, brillante y prolífico, inventó la Naturaleza tal como la vemos ahora y gozó de mucha fama hasta su muerte en 1859. Pero pidió que sus cartas íntimas fueran incineradas. (Continuará).