La semana pasada, mientras leía el libro de entrevistas de Nick Mills, ‘Osvaldo Hurtado visto por sus contemporáneos’, falleció Jacques Chirac. 40 años de una vida política llena de altibajos, detalles pintorescos y hasta una sentencia por corrupción, se redujeron a la etiqueta que le adosó la prensa: “El que dijo No a la guerra de Iraq”. Supongo que la frase equivalente para Hurtado sería: “El que enfrentó a las dictaduras de Febres Cordero y Correa”. Etiqueta que se impregna de valentía al contrastarla con la sumisión de otros líderes políticos e intelectuales al proyecto de una banda de aventureros que devastó al país.
Cientos de anécdotas, críticas, elogios y análisis en tono coloquial pululan en este conjunto de entrevistas casi en bruto que presenta Mills. Su explicación es que preparaba una biografía de Hurtado y contactó a periodistas, familiares, compañeros de partido, sociólogos y tal (faltó un abogado del diablo) a quienes dejó hablar casi sin intervenir. Eso es bueno y malo: bueno para quien conoce la época y los personajes y sabe por qué dicen lo que dicen, de suerte que puede entrar por cualquier página y regodearse con las historias. Malo para un menor de 50 años y para los lectores extranjeros que se pueden perder porque lo obra no tiene estructura ni hilo conductor.
Sin embargo, mantienen rabiosa actualidad las medidas de ajuste que tomaron, primero Roldós al triplicar la gasolina, luego Hurtado para estabilizar una economía acosada por la deuda de la dictadura militar y la guerra de Paquisha, a lo que se sumó el fenómeno de El Niño y la orfandad política de un Gobierno atacado por todos quienes tenían puesta la mira en las elecciones del 84.
Investigador, profesor y autor de varios libros, Hurtado había alcanzado su clímax académico antes de ser presidente con un profundo y documentado ensayo que anda por las 30 ediciones: ‘El poder político en el Ecuador’. Luego de su desastrosa participación electoral del 2002 lanzaría otro éxito, con menos academia y más pasión: ‘Las costumbres de los ecuatorianos’, que a mí me gusta por lo mismo que disgusta a sociólogos y periodistas, porque nos retrata como somos y cómo nos han visto los viajeros extranjeros desde el siglo XVIII. Y porque cuestiona hasta la misión oscurantista de la Iglesia. Todo ello aumentó la soledad de un político sobrado de lógica y honradez pero falto de carisma y espontaneidad en un país acostumbrado al circo de los populistas, la corrupción, el golpismo y los subsidios del Estado.
Al final del libro, el propio Hurtado aclara temas tales como la sucretización, las negativas de Borja a formar una alianza y el fracaso de un Mahuad errático que nos metió la mano al bolsillo pero podría terminar con una buena etiqueta: “El que firmó la paz con Perú y dolarizó la economía”.