Hace algunos años, a la hora de los whiskies, un miembro de un consejo editorial dijo con tristeza que el médico le había prohibido probar una gota de alcohol. “A mí también me prohibieron, pero lo solucioné muy fácil”, replicó un contertulio. ¿Cómo? “Me cambié de médico”. Risas y whisky para todos.
He recordado esa anécdota ahora que uno encuentra en la red la respuesta que ande buscando, la que mejor empate con sus deseos o prejuicios, tanto en política como en economía, medicina, nutrición o cualquier cosa. Dejemos de lado a la política y vamos al pin-pon de la salud. Que la yema de huevo y la carne de cerdo son temibles para el nivel de colesterol; que las yemas y el cerdo no hacen daño y son indispensables para la buena salud. Que la nicotina y la cafeína son fatales; que no, que son buenas para la concentración y el entusiasmo para realizar un trabajo. Que la marihuana es nociva; falso, si es buenísima para los dolores del cuerpo y del alma. Que el ejercicio puede provocarte un infarto. Que la comida calentada en microondas es un veneno y el azúcar, mas adictiva que la cocaína. Replicarán que todo es cuestión de ritmo y cantidad, aunque sobre eso también hay miles de opiniones contradictorias. No se diga sobre los remedios. Las denuncias verdaderas y falsas zumban en internet. A poco que navegas encuentras, por ejemplo, reportajes serios que desmantelan la farsa de ciertos frasquitos naturistas que se venden por millones en EE.UU. Pero la cosa se vuelve pavorosa en la campaña de rumores contra las vacunas, que en realidad salvan millones de vidas cada año.
Todo empezó con un artículo irresponsable publicado en The Lancet en 1998, que ha sido desmentido y refutado muchas veces, pero no faltan legiones de padres dispuestos a dar crédito a la falsa relación entre las vacunas y el autismo, ni tontos que se retroalimentan en grupos de Facebook y Whatsapp. ¿Resultado? Ya hay rebrotes de sarampión y otras enfermedades que estaban extinguidas. ¿Qué responderá uno de estos papás cuando su hijo contraiga poliomielitis y quede lisiado para el resto de la vida?
Echar la culpa al internet es igualmente necio. Una vez que se abrieron las puertas del universo digital no es posible negar esa realidad. Desconectarse, dejar de ver la pantalla, equivale a cerrar la puerta al mundo. Sí, la estupidez, la vanidad y el resentimiento inundan las redes, pero también la sabiduría, la información y la rabiosa actualidad.
Oponerse a la red es tan inútil como fue en su tiempo quemar libros en la hoguera. Del eterno combate entre la salud y el placer, recuerdo a un profesor del colegio que se estaba volviendo loco cuando empezaron las noticias de que el cigarrillo era dañino, hasta que nos contó que había tomado una medida radical. ¿Qué hizo? “Dejé de leer los periódicos”.