Para usar la retórica del populismo, las fuerzas del bien y el mal nos recordaron el martes que el país sigue abocado al brutal dilema entre la gente honrada y trabajadora y las huestes del correísmo. Mientras un risueño y esforzado ciclista carchense ganaba por segunda vez una etapa del Giro de Italia, en la posesión de la prefecta de Pichincha se exigía con gritos de guerra la liberación de Jorge Glas, quien inició su carrera plagiando la tesis de ingeniero y la culminó con los millones de Odebrecht y el arroz chino de su tío Ricardo.
El día anterior, otro grupo de correístas ya había insultado de modo infame a Julio César Trujillo mientras rendía el informe de la Comisión de Participación Ciudadana. Para regocijo del caudillo y los suyos, el venerable anciano sufría horas después un derrame cerebral que lo ponía al filo de la muerte. Eso mientras un encorbatado Alexis Mera, el arquitecto del sistema jurídico que hizo posible el despiadado asalto a los fondos públicos y que también aparece en la lista de Arroz Verde, declaraba que no había recibido un centavo, que todo es una infamia para dañar su honra y que ya no se acuerda ni dónde queda Odebrecht, perdón, Carondelet. Al mismo tiempo, los noticieros de televisión informaban que Vinicio Alvarado y Galo Mora habían autorizado el reparto de cientos de miles de dólares para Alianza País.
Esa disyuntiva entre el país de Trujillo y Carapaz y el mundo de los glases y los vinicios tuvo su correlato en el campo femenino, donde coincidieron la humilde Glenda Morejón con la diosa del Olimpo, María Fernanda Espinosa. En efecto, el mismo mes de julio de 2017 cuando una desconocida adolescente entrenaba con los zapatos rotos y viajaba sola porque no había plata para el pasaje del entrenador y ganaba su primera medalla mundial en Kenia, la glamorosa Espinosa volaba en el avión presidencial, acompañada de Ricardo Patiño, a abrazarse con los Ortega-Murillo, esa rapaz pareja que cuenta ya más de 300 muertos. Espinosa continuó usando como propio el avión en su campaña a la ONU, lujo que nos sigue costando más de medio millón al año (unos 300 viajes de Glenda) y no nos sirve para nada pues ella prolonga la línea de Putin y Assange, aunque con arrogancia inaudita se declara perseguida por ser presidenciable.
Otro ‘perseguido político’, el más discreto y astuto de todos, que acumuló una fortuna de fábula, es el mentado Vinicio, creador del Estado de propaganda que sirvió para engatusar al pueblo mientras los mandos medios y altos consumían la droga más adictiva que se haya producido nunca, mezcla de grandes cantidades de dólares, poder político, cinismo, desprecio e impunidad. Aunque haciendo números, los once millones de Arroz Verde no son ni el abrebocas del colosal festín de la revolución verde-dólar, verde-flex.