Sin pena ni gloria, los individualistas e inmediatistas millenials, que básicamente querían viajar, consumir y tomarse selfies para Instagram, han pasado a engrosar la sección de las generaciones perdidas. Hoy, liderados por una muchacha de aspecto frágil pero capaz de enrostrar a los poderosos del mundo, millones de adolescentes irrumpen en las calles de Occidente con una consigna muy clara: luchar contra el calentamiento global, es decir, luchar por la supervivencia de la especie humana. Ni más ni menos.
Con esa simetría que le gusta a la Historia, esto sucede precisamente cuando se celebran los 50 años del festival de Woodstock, clímax de otra generación rebelde, la hippie, que sacudió los cimientos de la cultura occidental. Aunque muchas de las ideas que se plantearon entonces contra la moral puritana y la sociedad de consumo siguen siendo tan poderosos como la música de Santana o Janis Joplin, fue sobre todo la guerra imperial de Vietnam la que movilizó en su contra a la juventud de los años 60.
Si comparamos el impacto emocional, las imágenes de la aviación de EE.UU. arrojando bombas incendiarias en las selvas vietnamitas y una niña corriendo desnuda con la espalda quemada por el napalm generaron el mismo repudio que causan hoy las imágenes de la Amazonía incendiada no solo por la política de Bolsonaro sino también de Evo Morales y otros gobiernos que dan rienda suelta a la codicia de ganaderos, petroleras, mineros, narcos y colonizadores del más variado pelaje.
Las coincidencias históricas no paran allí: fue el presidente Nixon, electo en 1968, quién expandió los bombardeos contra el Viet Cong y lanzó la guerra de las drogas que, además de incentivar el narcotráfico y fortalecer a las FARC, exacerbó la destrucción de grandes zonas de la selva colombiana y de partes de la frontera ecuatoriana a donde llegó el glifosato. Pero Nixon no sería juzgado por eso sino por el espionaje electoral de Watergate que, francamente, era un juego de niños al lado de la intromisión de los hackers rusos y las barbaridades que dice y hace día tras día Donald Trump, quien niega el calentamiento global, extorsiona al presidente de Ucrania y ha convertido a los republicanos en cómplices de sus atropellos a la ley y a la dignidad de pueblos enteros como el mexicano.
También Greta es objeto de las burlas de Trump y del ataque inclemente de otras gentes de derecha y hasta de ‘izquierda’. Enferma mental y marioneta de una empresa ecologista, o del mismo capitalismo, es lo menos que le dicen, pero yerran el blanco porque ella encarna algo que flotaba en el aire, y el tiempo que dure al frente de las protestas es secundario pues lo que está en juego para la generación que toma su nombre es más peligroso que la guerra de Vietnam. Se trata de proteger al planeta de su peor enemigo: la estupidez humana.