Ahora que se cumplen 50 años del aterrizaje lunar, uno de los astronautas del programa Apolo declara con una sonrisa: “Llegamos a la Luna porque no teníamos miedo a lo desconocido y queríamos asumir los riesgos”. ¡Bravo! La curiosidad y el coraje han sido la clave de la aventura humana; esa valentía indispensable para enfrentar lo nuevo y lo ignorado en todos los campos de la vida, a la que se añade la capacidad de reconocer los derechos que van surgiendo y que empujan la sociedad hacia adelante, no hacia atrás como pretenden los fundamentalistas.
Por ejemplo, a mediados del siglo XIX los blancos del sur de Estados Unidos, quienes creían que los negros habían nacido para ser esclavos, desataron una espantosa guerra civil para defender esa tesis que les parecía correcta. Perdieron. Hoy los retrógrados, acompañados por sus respectivas iglesias, se levantan en contra de las minorías, de los gays, de las adolescentes violadas, de los viejos desahuciados que quieren morir dignamente. Perderán también pues anhelan el retorno a los albores del siglo XX mientras los países más desarrollados vienen reconociendo hace décadas el matrimonio igualitario, la despenalización del aborto y la eutanasia supervisada por el Estado.
Y pensar que esas reacciones nacen del miedo. Miedo al otro, miedo al cambio, miedo a la libertad, miedo a sus propias tendencias homosexuales, miedo a la muerte. Mirando la historia, es claro que las religiones y los dioses fueron surgiendo como una respuesta al enigma de la muerte. Ellos daban sentido al sufrimiento de los mortales y les ofrecían la vida eterna a cambio de que se alinearan con las fuerzas del Bien.
Pero mientras los fanáticos criollos tratan de impedir que nuestras leyes se pongan al día con la corriente liberal y humanista del siglo XX, la vanguardia de la humanidad está generando ya cambios tan radicales que requerirán de una moral nueva y de leyes adecuadas al mundo que avizora Negroponte, un científico de MIT: “Tendremos humanos genéticamente modificados y corregiremos los errores de la naturaleza. Será un futuro muy distinto. Mis nietos vivirán 150 años”.
También Harari advierte con leve ironía en ‘Homo Deus’ que las nuevas religiones surgirán de Silicon Valley y prometerán la salvación mediante algoritmos y genes. Será la vida (casi) eterna aquí en la Tierra con ayuda de la tecnología, no de seres celestiales, dice, porque la ingeniería genética, la nanotecnología y la conexión total cerebro–ordenador están a punto de crear superhombres.
Mientras eso y el desarrollo de la inteligencia artificial nos lanzan a un mañana increíble, hay aquí asambleístas y pastores que proponen una consulta para volver a los tiempos cuando se enfrentaba a la sequía y las erupciones sacando a la Virgen en procesión. Mejor entreguemos el país al cura Tuárez y santas pascuas.