Expertos de distintos países visitaron Guayaquil entre el 11 y 24 de julio para co-producir urbanismo ecológico inclusivo con los moradores de cuatro tramos del estero Salado. Foto: Enrique Pesantes/ EL COMERCIO
El plano cenital de una vivienda con amplios patios. Un dibujo 3D de toboganes y muelles a orillas del Salado. Imágenes de casas reconfiguradas, con soportales y jardines. Grandes manchas verdes, símbolo de la reforestación del manglar.
Los gráficos son el resultado de la Escuela Internacional de Verano, una iniciativa organizada por la Universidad KU Leuven de Bélgica y la Universidad de Guayaquil, que congregó a 50 especialistas -entre arquitectos, urbanistas, sociólogos y antropólogos-.
Los expertos, de distintos países, visitaron Guayaquil entre el 11 y 24 de julio para co-producir urbanismo ecológico inclusivo con los moradores de cuatro tramos del estero Salado, específicamente aquellas zonas donde el Gobierno avanza con el proyecto Guayaquil Ecológico.
La propuesta de Guayaquil Ecológico busca construir 39 kilómetros de parques lineales, a lo largo de 11 tramos del Salado. Para hacerlo, cerca de 25 000 familias serán reubicadas en planes habitacionales que ofrece el régimen.
La Escuela de Verano plantea alternativas para evitar los desalojos. Una de ellas es la reubicación de las familias en sectores muy cercanos, para vincularlas con la construcción del espacio público, en este caso, los parques lineales.
La urbanista mexicana Ana Sabrina Martínez recorrió el tramo 6 del Salado, en el barrio Cristo del Consuelo (Suburbio). En las visitas recopiló microhistorias de quienes viven aquí desde hace 40 años. A muchos de ellos les vendieron un pedazo de agua que transformaron en un terreno, un tejido urbano que por la falta de planificación ha causado el estrangulamiento de uno de los ramales del Salado.
“El recurso más fuerte que la gente de escasos recursos tiene son sus estructuras sociales. Si les quitamos eso, les quitamos todo. Por eso establecemos que la gente del barrio debe quedarse en el barrio, por todas las relaciones sociales que han construido, al igual que sus infraestructuras”, explica Martínez.
Una de las propuestas para este tramo es cambiar la relocalización (los desalojos y reubicación en planes habitacionales distantes), por la reconfiguración de la vivienda familiar. “Se podrían construir, en el mismo sitio, multifamiliares para hermanos, primos, tíos; ya que los grupo familiares muy comunes en estos sectores”.
Una de las opciones es que los moradores cedan parte de sus patios -algunos de hasta 9 metros de largo-, para construir el parque lineal. Otra, es la construcción de pilotes de cemento para la instalación de contenedores elevados, adecuados como viviendas.
“Así matamos dos pájaros de un tiro: creamos espacio público (bajo los pilotes) y dejamos que la gente siga habitando en el lugar. En solo cuestión de negociación”.
El plan también incluye el aumento de la arborización, como explica Adrián Cárdenas Roa, arquitecto paisajista de Colombia. Las veredas anchas, de cemento, son un elemento común en estos barrios. La arborización es una forma de romper ese paisaje gris, con jardineras y plantas que incluso ayuden a drenar las aguas naturalmente.
Esa es una necesidad inmediata ante el cambio climático y fenómenos como El Niño. Arturo Cadena, urbanista y ayudante de investigación de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), planteó junto a su equipo de trabajo el uso de esponjas vegetales para el tramo 10B del Suburbio. “Son propuestas ecológicas, como el uso de pastizales. Existen plantas de humedales que sirven para retener agua por determinado tiempo”. Esto ayudaría a prevenir las inundaciones.
El tramo 10ª, también en el Suburbio, tiene un problema similar. La tala del manglar y su relleno causaron sedimentación y aumentan el riesgo de inundaciones, como indica Angélica Camargo, arquitecta urbanista de la Universidad Externado de Colombia.
“Planteamos la gestión de la inundación en lugar de evitarla. Para esto se pueden construir piscinas para el control de la inundación”. Es un sistema de rocas, colocadas a orillas del estero a manera de ondas o pequeños estanques, que se llenan poco a poco. Así se frena el aumento brusco del nivel del agua.
En este tramo aún hay casas a medio demoler, como huellas de un desalojo reciente. Algunas familias aceptaron mudarse a Socio Vivienda, en el noroeste de la urbe. Pero otros no quieren dejar su barrio. Para ellos, explica Camargo, el grupo plantean la reubicación en lotes aledaños al estero, más planes para potenciar espacios de interacción, como muelles y zonas para juegos.
El tramo 6, en la Isla Trinitaria, el drama del desalojo es más intenso, como relata la arquitecta Maryangel Mesa, de Venezuela. Ella recorrió por casi seis días parte de lo quedó de la cooperativa Mélida Toral, donde 45 casas fueron derribadas para construir tres canchas deportivas como parte del proyecto Guayaquil Ecológico.
“Diseñamos 45 módulos que pueden acoplarse al proyecto del parque lineal. La gente puede ser relocalizada en el mismo sitio, con un sistema de vivienda más consolidada. La idea es tener espacios internos y externos (patios) para que la vivienda esté en sintonía con el espacio público”.
La arquitecta Patricia Sánchez, docente investigadora de la Universidad de Guayaquil y una de las organizadoras de la Escuela de Verano, espera que estas alternativas sirvan como insumos en lo que resta de Guayaquil Ecológico. “Son 50 expertos que nos han visitado. Lo lógico sería que se revisen sus propuestas desde el Gobierno (…). No se trata de pensar en ecología como un parque lineal lleno de árboles. Es, en realidad, pensar en espacios, ecosistemas donde hay muchas especies y donde el hombre es una de las principales”.
La Escuela de Verano plantea alternativas para evitar los desalojos. Foto: Mario Faustos/ EL COMERCIO
El déficit de vivienda es un reto global
En el mundo, unos 900 millones de personas habitan en barrios informales -111 millones en América Latina-, y merecen mejores condiciones de vida. Ese es uno de los retos inmediatos de la conferencia Hábitat III, organizada por las Naciones Unidas cada 20 años y que se realizará en Ecuador en 2016.
En América Latina, el 80% de la población habita zonas urbanas, según un estudio de la ONU. El mapa de la región incluye unos 16 000 municipios y ocho megaciudades.
Estas cifras agravan las condiciones de acceso a vivienda, en especial para los más pobres, como explica Carolina Portaluppi, docente investigadora de la Universidad Casa Grande. “El Ministerio de Desarrollo Urbano y Vivienda (Miduvi) reconoce, en 2013, que los quintiles más pobres (1 y 2) no están en capacidad de resolver, sin apoyo público, su demanda de vivienda, estimada en alrededor de 17 000 unidades por año, como cita un estudio del propio ministerio”, señaló durante uno de las conferencias de la Escuela de Verano, la semana anterior en la Universidad de Guayaquil.
La especialista recalca que, desde el Gobierno, hace falta impulsar más proyectos habitacionales para familias de escasos recursos. Según un estudio de 2014, indicó, se registraron 16 proyectos corresponden a viviendas de menos de USD 25 000. Y 254 proyectos de viviendas de más de USD 150 000. “De cada 100 viviendas ofertadas en 2014, solo 11 corresponden a viviendas de menos de USD 25 000, que no son vivienda asequibles a los más pobres”, señaló Portaluppi.
La arborización es una forma de romper ese paisaje gris, con jardineras y plantas que incluso ayuden a drenar las aguas naturalmente. Foto: Mario Faustos/ EL COMERCIO