Se dice que todo ser humano es un artista. Y es cierto. Para fundamentar este aserto reproduzco una maravillosa experiencia que viví en “Arteducarte”, una fundación ecuatoriana apasionada por la educación artística.
El prof. Xavier Abad, investigador español, poseedor de un pensamiento diferente –divergente y en casos irreverente-, fue el encargado de promover un cambio radical en la educación para transformar el mundo en que vivimos mediante la “pedagogía del encuentro”.
La educación artística
La conferencia versó sobre un tema aparentemente inocuo: “Sin ti, no-yo: el otro como lugar narrativo en el arte comunitario”. Los estudiantes aprenden el arte con sus docentes. La teoría plantea que la educación artística es un espacio para el encuentro vital del niño consigo mismo.
En la práctica todo el profesorado quedó fascinado por la simplicidad de la expresión, la hondura del contenido y el aprendizaje basado no en el currículo ministerial –con el permiso de la señora ministra- sino en la vida.
Abad identificó la existencia del “yo” (él o ella) y del “tú”, que en su conjunto dan como resultado el “nosotros”. La educación tradicional –dijo- ha estado centrada en aprender contenidos, hoy debemos desaprender. Esto implica trabajar por el ser antes que por el aprender. Y el ser tiene un lugar y un tiempo; un escenario y una temporalidad cuyo objetivo básico es vivir para y en el otro. En este contexto el arte es la alternativa.
“Se trata, entonces, de un cambio paradigmático”, según el especialista. Porque el arte está en lo que no se ve. El arte simboliza encuentros, biografías colectivas, caminos, vínculos, tejidos, vidas. El arte para Abad es un espacio para el diálogo. La palabra adquiere así una nueva dimensión (la dimensión del ser), y la imagen es el objeto “cero”; es decir, el mismo amor que es percibido e irradiado por los niños.
Bajo esta perspectiva Abad considera que “los niños no son náufragos; los adultos somos referentes”. Por eso, la misión de la escuela –la nueva escuela- debe ser reconceptualizada, como el lugar para el ser; no para el aprender, simplemente. Porque la escuela es la metáfora de la vida, el cruce de encuentros a través de medios extraordinarios como el arte, el juego y la poética.
El ser y el estar
La pedagogía del encuentro constituye el eje de la misión de todo maestro: encuentro del ser y del estar, mediante el descubrimiento de un nuevo libro: nosotros (nos-otros). “Yo soy yo porque nosotros somos”, afirma Abad.
Este encuentro con los otros es, de hecho, transcultural. Los maestros somos mediadores. Javier Abad es enfático: “Los niños no son esponjas”. Y añade: “La vida es un mundo que hablamos en los otros; los otros son nosotros transformado. Todo está unido inseparablemente a la vida”. Fundamenta que “el arte está en todas las personas y no exclusivamente en los artistas. En ese sentido, los docentes somos mediadores universales (de la ética y la estética)”.
El juego como vocación
¡Qué hermoso es ver a los niños en movimiento! ¿Los niños piensan cuando están sentados y cuando se mueven?, se pregunta Abad. La explicación está en el juego, que es esa maravillosa vocación que no solo se halla en los niños sino en todo el género humano. Porque el juego deriva del encuentro.
Estos espacios generan a veces conflictos, consensos y disensos. Y eso es también humano. Abad recuerda que los judíos no colocan flores en las tumbas sino piedras. Porque cada piedra es una persona, un objeto simbólico que redescubre la existencia de la alteridad: “Yo soy otro tú; tú eres otro yo”.
De ahí que la alteridad sea el sinónimo de humanidad: desaprender juntos.Parece contraproducente esta frase, pero es lógica. Hay tantos contenidos que no nos han servido para nada. E incluso son estorbos. Una educación repetitiva, memorística, ausente de sentido –los pedagogos hablamos de meta cognición- ha conducido a deformar a las personas, que no son autónomas sino sumisas, esclavas de pensamientos ajenos y repetidoras… no solo de años sino de conceptos que a veces no entienden.
Trabajar con el afecto
Para superar esa parafernalia Xavier Abad plantea “desaprender juntos”, porque “el concepto nace del afecto”. Esta declaración contraviene la tendencia casi generalizada de centrar los aprendizajes en los conocimientos o la cognición. Trabajar con el afecto es un desafío real para todo docente.
En esa línea caben las preguntas: “¿Qué soy yo?, ¿quién soy yo?, ¿quién soy en relación? No olvidemos –recalca el prof. Abad- que somos seres en tránsito, y que los niños crecen por dentro. De eso no nos damos cuenta los padres y maestros’. Abad recupera la metáfora del bambú: en siete años no produce nada; lo hace a partir de los siete años.
Reinventar la escuela
La clave –según Abad- está en “recibir del niño en vez de dar al niño”. Si bien el concepto de infancia ha mejorado, todavía existen mitos y prejuicios. Nos recuerda el origen del vocablo: in = no; fancia = infantería. Lo mismo sucede con el término alumno: a = sin; lumni = luz. Es que siempre se consideró a los niños seres inferiores; es decir, “los que no hablan” o incapaces relativos.
En la pedagogía actual tenemos que aprender de los niños. Y el papel de los docentes es facilitar procesos, para que los propios niños edifiquen espacios, porque a través de ellos construyen su propia existencia. Abad sustenta que “la historia de vida –de cada niño o niña- es el mejor material de la educación artística, y en general de toda su educación”. La idea –que no es nueva- es formar una comunidad, aprehender en la comunidad. Y este acontecimiento debe celebrarse. Leonardo Da Vinci decía, según Abad, que “cada acto es una obra de arte y cada persona es un artista”.
La ética sobre la estética
Así la ética (el ser humano) está sobre la estética. El arte entonces es un estado de encuentro, una comunidad de interpretación, de valor humano y cultural innegable por su fuerza simbólica. La pedagogía del encuentro plantea que “no debe haber diferencias entre los que enseñan y los que aprenden”.
El rol de los docentes es crear puentes para que los niños se encuentren, crean en sí mismos y descubran el mundo. Bajo estas consideraciones, “¿será posible reinventar la escuela?”, se pregunta Abad. Y otra interrogante: “¿Cuándo nos planteamos la meta: ¿yo soy el otro?”.