El albergue San Juan de Dios, ubicado en el Centro Histórico de Quito, sirve de refugio en los días de lluvia para las personas sin hogar. Foto: Galo Paguay/ EL COMERCIO.
La temporada de lluvias tiene un fuerte impacto en las personas que viven en la calle. Los lugares secos en donde pueden refugiarse para dormir disminuyen. La noche de ayer, jueves 15 de octubre de 2015, tras un fuerte aguacero, el Albergue San Juan de Dios, ubicado en San Diego, se llenó.
La lluvia provoca que ‘homeless’ o personas sin hogar busquen un techo. Este centro de acogida tiene 12 dormitorios y una capacidad para 200 personas por noche. Hay dos grupos identificados. El primero lo conforman 45 ciudadanos, considerados “usuarios frecuentes”.
Son adultos mayores y enfermos mentales que convirtieron, desde hace décadas, al albergue en su casa. El hermano Carlos Tirado, venezolano, señala que allí pasan la mayor parte del día y por supuesto toda la noche.
Luis Arce es uno de los más antiguos en el albergue. Llega para dormir allá, todas las noches, desde 1997, según los registros. Él luce impecable con un terno crema y un sombrero de ala ancha. En su solapa tiene una escarapela con la siguiente leyenda “Congreso Nacional del Ecuador – Asesor”.
Luis Arce es una de las personas que vive en el albergue. Desde 1997 ha pasado todas las noches allí. Foto: Galo Paguay/ EL COMERCIO.
Arce dice ser abogado, graduado en una universidad de la Amazonia. También señala que brinda discursos en el Congreso (hoy Asamblea) y que siempre los gana. Señala que Dios habla a través de él y que por eso no pierde ningún caso.
Quizá sea una mezcla de ficción y realidad. Lo cierto es que Arce pasa todas las mañanas cerca del edificio de la Asamblea y pronuncia encendidos discursos sobre el Evangelio. Agita sus manos cual legislador y, en vez de pronunciar los artículos de la Constitución, recita versículos de la Biblia.
A los albergados les gusta escuchar la historia de Fabián Garzón, ingeniero graduado en una universidad chilena (enseña documentos para evitar cualquier duda). Él dice que está en el albergue desde el 2011.
Menciona que fue un próspero constructor que estuvo a cargo de “importantes obras de gas” en El Beaterio, sur de Quito, y en Salitre. Su ruina económica, asegura, empezó cuando su mujer fue diagnosticada con cáncer y perdió el empleo.
Él no duda al hablar. No mueve los ojos y tampoco tiene muletillas. Es severo con indigentes que se le acercan y quieren escuchar su narración. “Sapo”, dice, con voz gruesa y mira fijamente a los ojos a quien no es bien recibido, hasta alejarlo.
Fabián Garzón espera volver a Chile para encontrar trabajo. Este ingeniero perdió su empleo y a su esposa le diagnosticaron cáncer. Es viudo. Foto: Galo Paguay/ EL COMERCIO.
Fabián Garzón comenta que su esposa y una de sus hijas fallecieron. Le quedan dos hijos que están desempleados. Quiere regresar a Chile para acogerse a una ley especial que permite trabajar a los ancianos. Sabe que su presidenta, Michelle Bachelet, visitó Quito y se alegra. “Yo conocí a Salvador Allende”, manifiesta.
Los 45 albergados permanentes son la minoría. El otro grupo los conforman las personas nuevas, que van a refugiarse allí por diferentes circunstancias. Mayra, por ejemplo, llegó de Ambato la mañana de ayer, para llevar a su hijo a un chequeo en el Hospital Baca Ortiz. Dijo que le cambiaron el turno y que, por esa noche, necesitó un espacio.
Esta mujer pensó en dormir en el zaguán de un edificio para protegerse de la lluvia, pero un indigente le recomendó que fuera al San Juan de Dios.
Con sus ojos, que tienen cicatrices de uñas, no quita la vista de su hijo, que se hace amigo de otros niños. Incluso, en la cancha juegan fútbol, pese a la llovizna persistente.
Los albergados deben cumplir normas para entrar y permanecer en el edificio, ubicado en las calles Túmbez y Bahía, en el Centro Histórico. No pueden ingresar en estado etílico ni bajo efectos de otras drogas.
Tienen que pagar USD 0,50 por el alojamiento y, si desean, otros 0,50, por la comida. No se les permite ingresar a los dormitorios con su equipaje. Hay un lugar específico para que dejen maletas y fundas. Se les revisa, no pueden portar armas ni explosivos.
El costo del alojamiento en el albergue San Juan de Dios es de USD 0,50 por noche. Foto: Galo Paguay/ EL COMERCIO.
Algunas personas desempleadas deben ingeniárselas para tener dinero y pagar la entrada. Lucía esconde sus piernas bronceadas. Es de Guayaquil y no encuentra trabajo. Señaló que no le liquidaron en su último trabajo y está en malas condiciones económicas. Al preguntarle sobre su forma de conseguir dinero, ella sonríe, mueve los ojos de un lado a otro y vuelve a sonreír. “Yo me las ingenio de diferentes maneras”.
A las 19:00, la mayoría de personas cuenta sus historias, canta pasillos tristes o juega barajas Otros continúan masticando un sándwich de jamón y queso que se repartió hace una hora.
En el salón de televisión observan una comedia. Ninguno ríe. En otra parte, en la peluquería, hay personas inquietas que buscan cortarse el cabello e igualarse la barba. Tienen que aprovechar la presencia de la practicante de una academia de belleza, que no cobra por el servicio los martes y los jueves. La única condición es que la cabeza esté limpia.
Los martes y jueves, las personas sin techo pueden acceder de forma gratuita a un servicio de peluquería. Foto: Galo Paguay/ EL COMERCIO.
Cerca de las 22:00 todos suben a sus dormitorios, donde les espera una cama con colchón, almohada y cobijas. Es la mejor opción para calentarse, ya que el termómetro marca los 10 grados centígrados. Afuera del edificio, en la calle, quedan mendigos y personas alcoholizadas que no pudieron entrar. De a poco se retiran para pasar la noche bajo un puente o cerca de un edificio, para protegerse de la lluvia.