La decisión que tomó la Corte Constitucional sobre las preguntas que le hiciera el alcalde de Cuenca para, vía consulta popular, prohibir actividades mineras en ciertas zonas de Azuay, traerá consecuencias catastróficas para el país. Por desgracia, los ganadores de este proceso serán las mafias de minería ilegal y sus auspiciantes disfrazados de ambientalistas, que ya estarán organizando en la provincia operaciones delincuenciales como las de Buenos Aires, Nambija o el Alto Nangaritza.
Hace algunos días, uno de los mayores represores de la prensa libre, un tirano que asumió y usó con desparpajo y prepotencia todos los poderes del Estado; que enjuició, encarceló, persiguió, acosó y aniquiló a opositores y enemigos valiéndose para el efecto del poder y la justicia que eran suyos; que dilapidó miles de millones de dólares en obras con sobreprecio, en elefantes blancos y huecos, en corrupción y promoción de su figura, dijo en una entrevista a un medio español que habían “destrozado su proyecto vital”.
Estos últimos días no he dejado de pensar en Claudio Durán, en su sonrisa, en su voz, en su simpatía, en su novela, en su música que era todo para él… Me pregunto: ¿Cuántas ovaciones habrá recibido Claudio a lo largo de su vida? Supongo que fueron tantas que nadie, ni siquiera él las habría recordado todas.
La nueva obra del Pájaro Febres Cordero, ‘Pasiones de un Hombre Bueno: un viaje por la vida de Benjamín Carrión’, editada en un hermoso libro envejecido y con detalles que sorprenden al lector, retrata no solo la vida íntima de un hombre lleno de virtudes, sino también su entrega abnegada y obsesiva por la cultura y el conocimiento.
En Manabí nadie ha logrado olvidar el terremoto de abril de 2016. Además de las víctimas, más de seiscientas setenta personas cuya memoria flota aún entre sus seres queridos y conocidos, también se recuerda cada día aquella tragedia por los escombros que descansan incólumes en varias de sus ciudades o por los esqueletos herrumbrosos y carcomidos de lo que alguna vez fueron edificios de viviendas, locales comerciales, templos u hoteles.
No existe consenso acerca del origen de esta expresión que usamos con frecuencia en castellano. Algunos historiadores la atribuyen a Hernán Cortés que, durante la conquista de México, en medio de un motín, habría ordenando destruir (al parecer la hundió) buena parte de su flota para que nadie tuviera la tentación de regresar a España. Sin embargo, la opinión mayoritaria dice que el término nació en el año 332 antes de Cristo durante el asedio de Tiro en la costa fenicia (hoy Líbano), cuando Alejandro Magno decidió quemar varias naves de su flota para evitar que sus soldados pensaran en la posibilidad de huir ante la enorme mayoría de tropas enemigas.
Pasado el vendaval del Premio Eugenio Espejo, que se convirtió en tormenta andina y tropical por un desborde de ansiedades y vanidades que cayeron de forma vergonzosa en las turbulentas aguas de las redes sociales, quiero reconocer en este artículo la trayectoria de una de las personas galardonadas, que no es el Tenorio de Tirso de Molina ni tampoco presume del abolengo del otro Juan, el que tiene en vilo a la monarquía española.
Ningún sistema de justicia del mundo es infalible, aunque existen naciones que pueden presumir de sistemas judiciales confiables. Por el contrario, las dictaduras y tiranías, por más que intenten simular o disfrazarse de democracias, se descubren fácilmente por el dominio, control y manipulación que ejercen sobre sus jueces y tribunales.
Tuve conciencia de la muerte a los seis o siete años, cuando un compañero de escuela, Juan Carlos, con quien además compartíamos banca y disputados juegos de canicas durante los recreos, falleció de forma trágica en Atacames. Mi último recuerdo de aquel amigo se remontaba a un viernes en el que quizás no sucedió nada particular, solo que él estuvo allí, entre nosotros, escuchando clases, jugando o haciendo trabajos, y luego el miércoles, al volver, ya no ocupaba su lugar.
Quisiera referirme a ciertos hechos que, aunque puedan parecer ficción, son absolutamente reales. Y es que en este lugar desde el que escribo nadie se aburre, ni siquiera en tiempos de encierro. Vergüenzas pasamos muchas, al menos tres por semana hasta ahora que hemos entrado en campaña pre electoral y nos han empezado a caer todas juntas, a diario y en avalancha, con las boberías que dicen y hacen más de una veintena de posibles candidatos a la Presidencia. Sí, aunque también parezca mentira, tenemos entre veinte y treinta personajes que se creen presidenciables, toda una marca mundial, imagino.
Muchos recordarán aquella escena mítica de la película ‘El Abogado del Diablo’ (1997), en la que Al Pacino, que encarna a John Milton, el demoníaco socio de uno de los despachos jurídicos más importantes de Nueva York, le dice a su contratación estrella, Kevin Lomax (Keanu Reevs), “Vanidad, definitivamente, mi pecado favorito”.
La crisis derivada de la pandemia alcanza a cada uno de los rincones de la sociedad. Ninguna industria o empresa, sin importar su tamaño, saldrá indenme de este trance. La quiebra y el cierre de miles de negocios de distintas escalas, es un hecho diario, dramático, del que todos somos testigos.
El Ecuador vive en la actualidad uno de los momentos más graves de su historia, no solo por la angustiosa situación económica en la que se encuentran el Estado, los ciudadanos y el sector empresarial, sino también y de manera especial por la degradación de una sociedad cuyo día a día transcurre entre escándalos de corrupción, irrespeto a la ley y a la autoridad, acusaciones, desconfianza en las instituciones, inseguridad y desesperanza de la gente ante el futuro.
No es extraño que haya regresado al escenario la figura del linchamiento mediático ahora que en el país se han destapado decenas de casos de corrupción originadas en denuncias e investigaciones de la prensa.
La deuda pública ecuatoriana es de USD 58.000 millones. De eso, unos 18.000 están en bonos que se negocian en el mercado internacional. Esos bonos son, justamente, lo que hoy se está renegociando.
Desde el retorno a la democracia y hasta donde alcanzan mis recuerdos, el país siempre estuvo en crisis. La misma reflexión han hecho las generaciones anteriores en un espacio de tiempo mayor al mío. Ellos, claro está, con la sabiduría, la experiencia y los conocimientos que se adquieren con la edad, también con desesperanza, sin duda, pero, sobre todo, con el reposo y las certezas que solo terminan por asentarse en el ser humano en los tramos finales de la vida.
Nacieron en el nuevo milenio, en medio de tiempos turbulentos marcados por el terrorismo, conflictos bélicos y virus mortales. Nacieron en un país rico en recursos naturales pero pobre en cultura y educación; un país que siempre ha vivido en crisis, que se acostumbró a los golpes de Estado, a los políticos populistas, bailarines, gritones, vulgares; a la corrupción, que solo ha hecho metástasis desde entonces.
Estos números con sus símbolos representan el tiempo durante el que George Floyd fue sometido y asfixiado por la presión de la rodilla de un policía de Minneapolis sobre su cuello. Las imágenes, angustiosas, brutales, espeluznantes, han llenado los espacios de este mundo hiperconectado en el que casi nada escapa finalmente a las cámaras, que ven y graban casi todo lo que nos sucede.
Estas semanas nos hemos preguntado constantemente ¿cuándo llegaremos al final del túnel? Sin duda, también nos ha ganado la desilusión cuando pensábamos que una luz nos mostraba la salida y en realidad solo nos guiaba hacia otro tramo del extenuante camino.
A la gran mayoría de políticos del Ecuador no les interesan los muertos ni el dolor que ha dejado esta pandemia, tampoco el desempleo creciente ni la situación económica que sufren tanto el sector privado como el público. Al final, para ellos todo esto solo se trata de cifras que juegan a favor o en contra de sus cálculos políticos, que es en realidad lo único que les importa.