A la gran mayoría de políticos del Ecuador no les interesan los muertos ni el dolor que ha dejado esta pandemia, tampoco el desempleo creciente ni la situación económica que sufren tanto el sector privado como el público. Al final, para ellos todo esto solo se trata de cifras que juegan a favor o en contra de sus cálculos políticos, que es en realidad lo único que les importa.
Los políticos de la más baja ralea esperan que aquellas cifras alcancen niveles alarmantes, incluso espeluznantes o catastróficos, según sea el caso, pues solo así su proyecto desestabilizador cobrará vigencia nuevamente después del fracasado golpe que protagonizaron en octubre pasado. Así, desde sus respectivas guaridas, suman y restan, borran ceros a la derecha, se dividen todo para ellos mismos o alteran números hasta que el resultado que buscan les dice que es hora de volver a tomar todo por asalto, incluida la justicia que desde hace tiempo los multiplicó por cero.
Ellos también sueñan con esa dama media ciega y no muy agraciada que en el pasado les dio tantas satisfacciones y que en el futuro bien podría devolverles el vigor que han perdido, además de la tranquilidad para ellos y sus amiguetes de hacer y deshacer lo que les venga en gana.
Entre unos y otros, dicen las malas lenguas, se han puesto a hacer cálculos, juntos y revueltos, durante muchos días con sus respectivas noches, y al final, en uno de aquellos sueños entreverados, al parecer dieron con la solución. Según los rumores, uno de esos sueños fue bastante húmedo, aunque no se sabe quién o quiénes lo protagonizaron, pero lo que sí se sabe es que, al despertar, uno de los durmientes que fraguaba aquella sinuosa operación ya tenía incluso el nombre para todas las denominaciones del futuro proyecto: “Nuevo Sucre”. Lo que no se sabe en realidad es si aquel nombre de ensueño lo compartieron otros en el mismo sueño.
La operación en realidad era simple, por un lado necesitaban restar oponiéndose a todo, a lo bueno sin miramientos y a lo malo con toda la saña posible, algo que les resultaba fácil pues lo venían haciendo desde el inicio de sus carreras políticas con intervalos tan solo cuando ejercían ellos mismos el poder. Lo siguiente era bloquear cualquier propuesta que surgiera del otro lado. Así, el uno le dijo al otro que si ellos hablaban de flexibilización laboral, se les respondiera con una sola palabra: precarización; y si decían que se iba a reducir el tamaño del Estado y a controlar y limitar el gasto público, que les respondieran con un yucazo, pues a ellos nadie les iba a limitar nada en el futuro. La movida de dinamitarlo todo era magistral pero frágil, pues mientras todos señalaban al culpable, unos preparaban el regreso a la patria con su propia máquina de billetes y los otros soñaban con volver a abrazar a sus compinches en libertad, de pronto se despertaron entrelazados, babeantes y sudorosos, y ya no quedaba más opción que llamar otra vez a las calles, para ver si así…