La crisis derivada de la pandemia alcanza a cada uno de los rincones de la sociedad. Ninguna industria o empresa, sin importar su tamaño, saldrá indenme de este trance. La quiebra y el cierre de miles de negocios de distintas escalas, es un hecho diario, dramático, del que todos somos testigos.
La industria del libro en el Ecuador ya venía golpeada desde hace algunos años, pero se mantenía a flote sobre todo por los textos escolares que representan aproximadamente el noventa por ciento de su producción. Hoy ese porcentaje ha caído casi a cero, es decir, el libro en nuestro país ha entrado en terapia intensiva.
Al hablar de industria sin duda somos generosos, pues la realidad es que allí debemos incluir a dos o tres grandes editoriales internacionales (las que aún confían en el país a pesar de sus bajos índices de lectura), las editorales nacionales de talla mediana y pequeña; las editoras independientes, casi siempre proyectos unipersonales o familiares; imprentas, papelerías, librerías, y, al final, las personas vinculadas al sector: escritores, editores, dibujantes, diagramadores, correctores, y un largo etcétera.
Como consecuencia de la crisis, el Ministerio de Educación promulgó los lineamientos para el inicio de clases en el régimen Costa-Galápagos de este año lectivo durante la emergencia sanitaria. Allí se dispuso, entre otras medidas, que las instituciones educativas no podían exigir a los padres de familia la compra de textos o libros hasta que no se reanudaran las actividades presenciales. Esta instrucción, que sin duda buscaba aliviar la economía de las familias ecuatorianas, es la que está llevando al libro a su muerte.
Los estudiantes del sistema educativo fiscal, por disposición del Ministerio de Educación, recibirán este año los textos y libros cuyos contenidos fueron adquiridos hace años, de forma gratuita y temporal (por donación casi forzada en 2016) a las editoriales ecuatorianas y extranjeras domiciliadas en el país. Es decir, por esos libros las editoriales tampoco recibirán un centavo. Por su parte, las instituciones privadas y fiscomisionales están impedidas de pedir libros o textos a sus estudiantes. Se dice que estos días se modificarán estos lineamientos para permitir que las instituciones educativas puedan adquirir textos y libros con ciertas restricciones, pero la verdad es que si no se abre otra vez el mercado, esta agonía acabará con la muerte del sector.
Todos nos hemos preocupado este tiempo de que la cadena productiva del país no se rompa durante la pandemia. El mundo del libro, parte importante de esta cadena, necesita hoy del apoyo de todos, no solo por preservar empleos, sino especialmente porque la lectura es el soporte básico de la formación, aprendizaje y educación de los niños. Si se mantienen las librerías abiertas y las editoriales en producción, tendremos un síntoma inequívoco de desarrollo y prosperidad, pero si mueren los libros, morirá también la sociedad libre.