En la literatura existen ejemplos donde los animales somos protagonistas de novelas, cuentos y poesías. Y también aparecemos en otras artes como la escultura, la pintura, la fotografía y el cine.
No se pueden olvidar las fábulas de Esopo e Iriarte, y los libros como “Platero y yo”, de Juan Ramón Jiménez; “La dama del perrito”, de Antón Chejov; “Moby Dick”, de Herman Melville; “El cuervo”, de Edgar Allan Poe; “El principito”, de Antoine de Saint-Exupéry y su amistad con un zorro; “Metamorfosis”, de Franz Kafka, y un insecto; “Winnie Pooh”, de Alan Alexander Milne, el famoso oso.
Y en el contexto ecuatoriano: “Los animales puros”, de Pedro Jorge Vera, y tres relatos de Demetrio Aguilera Malta, Joaquín Gallegos Lara y Enrique Gil Gilbert, donde aparecemos el tiburón, el gallinazo y el caballo.
También es destacable la “animalización”; es decir, cuando los autores dotan a los humanos las cualidades de nosotros, los animales, cuya expresión más alta fue “La rebelión en la granja”, de George Orwell, según la revista Times.
El mundo animal ha sido motivo de historias y aventuras que no solo divirtieron y divierten a los humanos, sino que han dejado lecciones de amor, lealtad, amistad y heroísmo. Un ligero repaso me alienta el ánimo: el topo Gigio, el pájaro loco, el hombre araña, Dumbo, el elefantito; el rey León, la rana René, el ratón Mickey y tantos otros. Y el famoso perro Lassie, personaje de ficción, héroe de nuestra infancia; Laika, la primera perra enviada al espacio por la Unión Soviética; “La abejita Maya”, “El gato con botas”, “Aristogatos”; “Bagheera”, personaje de “El libro de la selva”; y “Arthur, una amistad sin límites”, de Mark Wahlberg”, un filme reciente que retrata la historia de un perrito ecuatoriano.
Walt Disney nos dio movimiento, voz y carácter para reír, aprender y entretener. Nuestra vida real o inventada llenó los bolsillos de los empresarios del entretenimiento, pero si alguna escena logró sonreír a un niño o a una niña, en cualquier paraje del mundo, valió la pena convertirnos en dibujos animados.
Los animales no somos malas palabras, como dice cierto diccionario. Lástima que en algunos lugares del planeta coman perros, gatos y todo ser vivo que se mueve. Lástima que nos alimenten y maten -sin compasión- para ser vendidos y consumidos por lo que más tienen. Lástima que nos mantengan en jaulas, maltratados y enfermos. ¡Abajo los zoológicos!
Las tristes historias de los pavos de Navidad son parte de este “animalicidio”. ¡Pregunten a García Márquez! Porque los humanos repiten -corregido y aumentado- lo que hacemos los animales para sobrevivir: nos comemos entre sí, como parte del ciclo vital, con una diferencia: mientras los humanos nos asesinan con intención, sin rubor, para vendernos y consumirnos; nosotros nos devoramos entre sí por evolución, para mantener la naturaleza.