La crisis perpetua

Desde el retorno a la democracia y hasta donde alcanzan mis recuerdos, el país siempre estuvo en crisis. La misma reflexión han hecho las generaciones anteriores en un espacio de tiempo mayor al mío. Ellos, claro está, con la sabiduría, la experiencia y los conocimientos que se adquieren con la edad, también con desesperanza, sin duda, pero, sobre todo, con el reposo y las certezas que solo terminan por asentarse en el ser humano en los tramos finales de la vida.

Pasamos por unas épocas menos malas que otras, por supuesto, pero incluso en los tiempos de bonanza, cuando podíamos salir del hoyo tercermundista, el despilfarro, la corrupción y la parranda nos volvieron a hundir. Muchos de los responsables ya no están, pero otros, por desgracia, siguen rondando el preciado botín del poder. Y es que la crisis perpetua del Ecuador no es solo económica, es también política, social, cultural, educativa y, esencialmente, moral.

Desde 1979, salvo breves momentos en que tuvimos gobiernos serios con vocación democrática, hemos vivido en un círculo vicioso, ciertamente perverso, en el que saltamos de caudillos bufones a tiranuelos ladrones, pasando por la aciaga década del cabecilla mayor con ínfulas monárquicas que lideró la peor banda delincuencial que ha conocido el país, la que tuvo en su favor la mejor situación económica de la época republicana.

En más de cuatro décadas desde el retorno a la democracia, no recuerdo haber pasado por un período completo de gobierno con estabilidad y paz social sin la perturbación del descalabro económico y una oposición política virulenta, pobre e irreflexiva, basada únicamente en odios y rivalidades, sin considerar por un solo instante el bien común de los ciudadanos y del país al que nos debemos. Y, por supuesto, entre todas estas desgracias, siempre ha sobrevolado sobre nosotros la sombra siniestra de la corrupción, que aprovecha cada segundo, cada desastre, cada asonada, para levantar vuelo con lo poco que nos queda.

La mayoría de los políticos que hoy son visibles no tienen la capacidad ni los valores que necesita el país en el futuro inmediato, es decir, el Ecuador del 2021. El reciclaje de personajes envueltos en las mismas tramas de corrupción y bandidaje solo nos llevará a ahondar aún más esta depresión que de ningún modo ha tocado fondo.

Nos encontramos a las puertas de un nuevo proceso electoral. Hoy más que nunca necesitamos rostros nuevos que refresquen el escenario político, personas serias, preparadas, comprometidas con el servicio público sin esperar reconocimientos, elogios o loas por una labor que debe ser pura vocación y sacrificio. Necesitamos poner la casa en orden, fomentar el consenso, mantener de forma irrestricta la separación de poderes, la independencia de la justicia y su fiabilidad sostenida en un estado de derecho y no en el ansia vengativa del nuevo gobierno. Necesitamos dejar atrás la era de las crisis y embarcarnos, ahora sí, en la prosperidad.

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