He ponderado el hecho que cada vez son más numerosos los estudiantes universitarios que llevan el apellido Inca o Inga.
Se han dado hechos que suponen entendimiento entre los narcotraficantes extranjeros y quienes están llamados a protegernos.
Un pasado glorioso, el nuestro: el Imperio de los Incas cuyo último gobernante nació en Caranqui y se llamó Atahualpa.
En el último censo en cuanto a raza no más del 10 por ciento de los ecuatorianos se declararon ser indios. Los más son serranos hispanoparlantes, pocos bilingües. Por el permanente proceso de aculturación el quichua es un idioma en retirada, al igual que la memoria histórica. Este extremo ya fue identificado por el Dr. Eugenio Espejo. Los más de los indios serranos son campesinos que viven de la agricultura, en el marco de una economía de subsistencia. En tiempos muy recientes con la escritura alfabética de la que carecían es que conocemos lo que piensan y sus juicios sobre el mundo que les rodea. Por lo general son visiones arcaicas, conocimientos ancestrales que se mantienen, empíricos. Ello sin embargo, a los más le anima el sueño de que sus hijos pasen de la escuela a la educación superior. Lo van logrando, con sacrificios. Al presente, en todos los campos, inclusive en el de la investigación científica, ya no son una excepción quienes llevan apellidos quichuas. Tal portento lo pon
Redoble de tambores: ha fallecido un hombre bueno que sirvió al prójimo sin darse tregua, el Dr. Marcelo Moreano Dávila, cardiólogo. Fuimos condiscípulos en el 4to Curso, en el Colegio San Gabriel, y durante los primeros cuatro años de Medicina en la Universidad Central del Ecuador (UCE). Me gradué en Madrid, ello no obstante me consideré, me consideraron, formando parte de la Promoción del 55, de muy distinguida trayectoria. Le conocí al Dr. Moreano desde siempre: buen estudiante, amable, sereno, pero eso sí capaz de romper lanzas ante una injusticia.
Todos los años, desde el primero de la Era Cristiana, buena parte de la humanidad recuerda que ese 24 de diciembre nació en Nazaret de Galilea (en el actual Estado de Israel), un niñito al que sus padres pusieron el nombre de Jesús (el niñito Jesusito de mi pueblo). Ya de adulto se le vio predicando el amor al prójimo, el perdón de los pecados y la vida eterna. Se le fue conociendo como ‘el Cristo’, el Profeta, se le atribuían portentos y prodigios. Fue quien, látigo en mano, arrojó del Templo a fariseos y mercaderes. Le seguían multitudes. Era el Mesías prometido, el que vendría, por fin, a liberar a su pueblo de tanta servidumbre y vasallaje. Concitó la ira de la poderosa clase sacerdotal judía. El Cónsul romano de Jerusalén se vio obligado a decretar la pena de muerte a Jesús, el Rabí de Galilea. Murió crucificado. En su agonía estuvo acompañado por María, su madre; el apóstol Santiago y por María Magdalena a la que en su famoso cuadro “La última cena”, Leonardo da Vinci la colocó a
rfierro@elcomercio.org A nuestro continente, el Iberoamericano, se le ha calificado de todo, incluido, claro está, de tonto, de fracaso histórico, de basurero de ideologías superadas y hasta de tierra de nadie. Razones no han faltado, y hasta el presente. En cuanto a lo que nos corresponde, el límite al que puede llegar un país vulnerable. Unos tantos terroristas bien adiestrados; un sector pequeño del indigenado serrano; servicios de inteligencia inexistentes; aquellos terroristas en el plan de destruir pozos petroleros y dependencias del Estado, de enorme trascendencia como la Contraloría con su documentación sobre atracos y otras fechorías. A temblar se ha dicho: el presidente Lenín Moreno a refugiarse a Guayaquil, en donde lo que sucedía en Quito era como si aconteciera en otro país, como no ser la intervención de Nebot para quien un carajazo lo resuelve todo. En Guayaquil, Lenín Moreno en el empeño de dialogar con los aborígenes de Cotopaxi por el asunto de la abolición de los sub
Sí: “Lo más importante que hacemos los hombres es ensayar y ensayar”. Opinión de Gregorio Marañón y Posadillo, mi maestro. Según Emilio Uzcátegui, los más de mis artículos son microensayos. Eso de ensayar y ensayar no es más que un intento, en ocasiones vano, de matizar la verdad, entenderla mejor. Ensayar supone una forma de restarle validez a lo consagrado, ponerlo en cuestión con argumentos. Intentar develar esas fuerzas ocultas que subyacen en la conciencia, condicionando sentimientos y conductas.
Sí, yo tengo un sueño, al igual que todos, incluido claro está, Martin Luther King. Se me ha oído ponderar la obra civilizadora de los jesuitas en nuestra América. Les impulsaba el convencimiento de que tan solo la cultura podría llevarnos a la independencia. La portentosa obra de la Compañía de Jesús en el Paraguay Oriental, sus estupendas bibliotecas en ciencias y en humanidades, el primer sistema de educación que se conoció en América (escuelas, colegios y universidades).
Como para no creer: el Presidente de México, López Obrador, ha manifestado que “México desea que el Estado español admita su responsabilidad histórica por esas ofensas (las cometidas por los españoles cuando la conquista) y ofrezca las disculpas (debidas)”. Debí darle la razón a Pío Baroja, intelectual español, quien calificó de “continente tonto” a Hispanoamérica.
Resulta exagerado el título. Lo que sí se avizora es el final de la Era Cristiana, al menos de la que nos corresponde en la que la Iglesia Católica ha sido protagonista. No cabe pontificar. Lo que viene a continuación una suerte de micro ensayo y nada más, producto eso sí de los tiempos que estamos viviendo.
Largos años le llevaron a Leonardo Haberkorn, profesor de Comunicación de la Universidad ORT de Montevideo, a darse por vencido. “Me cansé de pelear contra los celulares, contra WatsApp y Facebook”, confiesa al inicio de su carta de renuncia a la cátedra. “Me cansé de estar hablando de asuntos que a mí me apasionan ante muchachos que no pueden despegar la vista de un teléfono que no cesa de recibir selfies”.
rfierro@elcomercio.org Con ese título Pablo Cuvi publicó un artículo de opinión (EL COMERCIO, abril 7, pag.9), a propósito de la charla que mantuvo en Quito con Jorge Volpi, connotado escritor mexicano. Cuvi sostiene “que México es nuestro hermano mayor en lo bueno y en lo malo, todo multiplicado por cien. Desde sus grandes escritores y artistas hasta el narco que nos contamina”. Como los rumores apuntan a certezas, Cuvi debió estar al tanto que uno de los Cárteles mexicanos de la droga ya nos había invadido. País vulnerable el nuestro y más si a la impunidad se ha sumado el desastre económico en el que nos hallamos: una deuda publica tan abrumadora como que para seguir tirando como país el único camino es continuar endeudándonos más y más.
Los más de quienes votaron por el sí a mi juicio lo hicieron ardidos, exasperados, por tanto latrocinio. No tuvieron reparo, los ladrones, en dejarle al país en soletas. Nuestro Ecuador vulnerable por donde se lo mire.
Ana M. Carvajal, redactora de este Diario, al recorrer el Cementerio de San Diego por el día de Difuntos, se encontró con la lápida de Tania Paredes Aymara, quien popularizó la canción “El día de mi muerte”, uno de cuyos versos dice así: “A mí jamás me acobardó la muerte, lo que si me hace temblar es el olvido”. No se sabe más de Tania Paredes Aymara. Llegó al olvido, de no ser por los últimos quiteños que cantan pasillos de una tristeza infinita. “...y llega el día en que no queda ni un solo testigo vivo que pueda recordar” (A. Muñoz Molina). Son las autobiografías, las confesiones, los testimonios, los “escritos del yo” como han sido calificados, los medios con los que de alguna manera se logra neutralizar la finitud de la vida. De ahí también el portento que le significó al hombre contar con la escritura alfabética, aquella que con fidelidad transmite de generación en generación lo que alguien dejó escrito, inclusive sus recónditos pensamientos, pese a que bien sabido es que “Todos
Con el presente son tres artículos de mi autoría del mismo título. Calificarme de reiterativo sería injusto en el entendimiento de que es en el campo de la salud pública en el que se hallan, como en ningún otro, las claves que explican el subdesarrollo empantanado en el que van hundiéndose los pueblos que comparten similares desventuras. El que no hayamos llegado a convencernos que el Ministerio de Salud Pública (MSP) está llamado por sobre todo a prevenir las enfermedades y no a construir hospitales es algo que ocurre en Nigeria y Ecuador, por ejemplo, y porque los dos entre otras similitudes son países petroleros y sus políticos han sido tachados de corruptos.
Es en el país más desarrollado y opulento de la tierra, los Estados Unidos de Norteamérica (USA), en el que se ve con claridad meridiana cómo el costo-beneficio determina la toma de decisiones, inclusive en asuntos tan complejos como los que atañen a la salud. Una vez que más del 80% de los ciudadanos tienen un seguro de salud y dado el prestigio indiscutible de la academia, aquel costo-beneficio es el resultado de la convergencia de intereses económicos y de razones científicas.
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Al avisado lector le quedará la sospecha de que con tal título no solo me he valido de citas tomadas del libro de Jorge Edwards sino además la intención de cometer el mismo pecado del escritor chileno.
Justamente porque la situación del país no da para hacernos ilusiones, se imponía un Diálogo Presidencial en el que los ocho candidatos se vieran obligados a elaborar políticas de Estado con el sustento debido y así tener cara para presentarse ante un electorado que dejó de ser ingenuo y se halla desconcertado ante un futuro incierto. Sobraban, pues, los demagogos, los desinformados. Sobraban, además, los comprometidos con los poderes fácticos.