Rodrigo Fierro Benítez
Dos alertas rojas
“Se han dado hechos que suponen entendimiento entre los narcotraficantes extranjeros y quienes están llamados a protegernos”.
La una por la pandemia cuya morbimortalidad va en aumento. La otra por la corrupción en la que, según el Embajador de EE.UU., se hallan comprometidos generales de la Policía Nacional, jueces y abogados. Esta segunda alerta roja no requiere de nombres puntuales para que la conciencia pública llegue al convencimiento que estamos a un paso de constituirnos en un narcoestado, y reaccionemos.
De un tiempo a esta parte se sabe que el Cartel de Sinaloa opera en nuestro país con todos sus recursos y que se han dado hechos que suponen entendimiento entre los narcotraficantes extranjeros y quienes están llamados a protegernos. Una avioneta de los narcos, custodiada por la policía, de la noche a la mañana se esfuma; los primeros radares colocados en Montecristi, también bajo vigilancia policial, amanecen destruidos; las masacres en las penitenciarías del Estado, con una crueldad no vista ni oída; los sicarios que se multiplican como ratas. Desde luego que hay otros hechos no vinculados con las drogas que son como para producir terror y amedrentamiento: el asesinato del General Gabela: denunció el negociado que se había perpetrado en la adquisición de los helicópteros de la India.
Cuando el papa Francisco en sus peregrinaciones llegó a México no salía de su asombro. Inclusive un candidato a la Presidencia de la República fue asesinado por los narcos; generales del Ejército y la Policía, al igual que jueces y abogados comprometidos con las mafias; el gobierno, el PRI y los carteles de la droga, en convivencia pacífica. En las fotos con el papa Francisco se les ve a los más de los cardenales mexicanos, muy pagados de sí mismo. ¡Príncipes de la Iglesia! Eran los representantes del país más católico del mundo; la devoción a la Virgen María era universal. El papa Francisco les saltó al cuello: México podía decirse católico pero no cristiano; los narcos tenían capillas y eran fervientes devotos de la Virgen. Los cardenales concluyeron por bajar la cabeza y mirar al suelo.