Columnista invitado
Han transcurrido 11 años y 6 meses desde el advenimiento del gobierno “de las manos limpias y las mentes lúcidas” y, al cabo de este desastroso lapso, nos han dejado inmersos en una herencia amarga de dedos manchados y mentes dañadas en su afán de beneficiarse de los actos delictuosos que planificaron con torcida habilidad.
Muchas fueron las víctimas de la malsana obsesión: militares, maestros, campesinos, profesionales, gremios, estudiantes, universidades, periodistas, intelectuales, en fin, organizaciones que, por su naturaleza, no eran asimilables al proyecto de insaciable voracidad.
Una de las áreas más afectadas ha sido la salud. Primaba la necesidad de incrementar su presupuesto; así lo hicieron, pero, al concretarlo, buscaron el atajo y se ejecutaron múltiples obras de relumbrón, con cortinas que ocultaron el apropiamiento indebido de ingentes capitales. Se compraron camionetas a las que disfrazaron de ambulancias; se inventaron la famosa subasta invertida, para adquirir medicamentos que cuesten menos, sin importar la calidad, se construyeron muchos hospitales, con enormes sobreprecios, se dejó de lado la medicina preventiva, se alteraron los programas de vacunación y de elaboración de vacunas y sueros que se fabricaban en el Instituto de Higiene Izquieta Pérez.
Se obligó a retirarse de las instituciones hospitalarias y dispensariales a profesionales brillantes y experimentados, bajo la argucia de su avanzada edad y se los cambió por economistas y abogados, que al estar en un medio especializado fracasaron en su gestión. Tal ha sido el fracaso que organismos internacionales sitúan al Ecuador en el puesto 54 de los 71 más deficientes en la atención en salud.
Con angustia e impotencia contemplamos a diario el desesperado reclamo de enfermos con cáncer, con enfermedades autoinmunes como artritis, lupus, espondilitis anquilosante y otras, por la carencia de medicamentos modernos y eficaces para sus tratamientos, pues no constan en el cuadro básico del Ministerio de Salud, porque sus técnicos ya no reciben el asesoramiento de los especialistas, que manejan estos fármacos, en servicios asistenciales, como lo hacían cuando el Consejo Nacional de Salud (Conasa) funcionaba a plenitud, en el año 2006, antes de ser minimizado por el correato. Prima en las autoridades de salud el perpetuar un cuadro básico desactualizado, orientado a curar masivamente enfermedades en un momento del desarrollo de la medicina en que se conoce las alteraciones moleculares de las afecciones lo que individualiza a cada paciente y particulariza su tratamiento.
Si “la salud es de todos” es el momento en el que el Ministerio de Salud debe ceder en su afán concentrador y, en beneficio de los pacientes, volver a ser el rector que escucha al que conoce y a las instituciones que anhelan hacer patria atacando a las enfermedades con los medios que la tecnología moderna brinda.