Agotados y bajo presión tras 600 días de ofensiva israelí en Gaza, los médicos de la Franja trabajan día y noche para atender a los cientos de heridos que se agolpan en los hospitales y clínicas, siempre con el temor de que las bombas que no dejan de caer sobre el enclave palestino alcancen también a sus seres queridos.
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Antes de la guerra, el personal médico gazatí disfrutaba haciendo su trabajo. Ahora, se ven obligados a trabajar sin descanso durante largas jornadas, con miedo por sus hijos que les esperan en casa: “Enfrentamos mucha presión, dificultades e inseguridad para venir a trabajar”.
En Ciudad de Gaza, la Clínica de Atención Primaria de Médicos Sin Fronteras recibe 500 pacientes todos los días, la mayoría mujeres y niños, un número que han tenido que ir reduciendo porque no hay suficiente material para atenderlos. El coordinador del centro, Mohammed Wadi, asegura estar “agotado y estresado”.
Wadi cuenta que desde que comenzó la guerra hace más de un año y medio debe atender a sus pacientes en el trabajo sin saber si habrá un bombardeo sobre su casa.
Su miedo no es infundado. El sábado pasado la pediatra gazatí Alaa al Najjar se encontraba en su turno en el Hospital Nasser (Jan Yunis, sur de Gaza) cuando recibió los cuerpos de siete de sus diez hijos, asesinados en un ataque contra la vivienda familiar.
Trabajar bajo las bombas
El personal médico también corre el peligro de ser atacado durante su jornada. Wadi recuerda un bombardeo muy próximo a la clínica de MSF en la que trabaja, una “explosión enorme” que escuchó desde su oficina en el centro.
“Salí a ver qué ocurría y encontré mucha gente en el suelo cubierta de sangre“, rememora el trabajador del centro, que ese día consiguió salvar a un niño de 10 años después de practicarle primeros auxilios.
Fuera de la oficina en la que se encuentra Wadi, los pasillos de la clínica muestran el lado más cruel de la guerra. Niños vendados de la cabeza a los pies miran resignados a quienes pasan por su lado, esperando a ser atendidos por un personal que no da a basto. Pese a la gravedad de sus heridas, ninguno de ellos llora.
El coordinador explica que la mayoría de los pacientes presentan heridas y quemaduras graves como consecuencia de los bombardeos israelíes diarios. “Son muy difíciles de tratar, hacemos lo que podemos”, lamenta.
Algunos días le cuesta salir de casa para ir al trabajo. Su hijo está enfermo y desde que comenzó la guerra su salud empeoró. “Eso me hace estar muy deprimido“, confiesa, aunque es consciente de que los pacientes le necesitan.
La esperanza del alto el fuego
En Gaza no hay transporte, así que los doctores tienen que trasladarse a sus centros de trabajo caminando, un trayecto peligroso.
Otro de los médicos que operan desde la misma clínica en la capital del enclave palestino, Fadi Al Madhoun, asegura que el equipo no pudo acudir al centro durante varios días por las órdenes de evacuación del Ejército israelí.
Explica que uno de sus compañeros resultó herido durante un ataque: “La mayoría de nuestro equipo opera en condiciones muy duras bajo la agresión continua”.
Al Madhoun confiesa que la mayoría de miembros del equipo están deprimidos por la presión y el estrés constantes. Se suma al miedo al futuro y la falta de tiempo para descansar, dado que pasan buena parte del día pensando en cómo ayudar a los pacientes.
“Cada día cuando voy al trabajo pienso en cuántos pacientes vamos a recibir, cómo gestionarlo o si habrá muertes (…) a la vez que pienso en si seguiremos así o si llegará un alto el fuego pronto“, confiesa.
Los médicos sueñan con el día en que dejen de caer bombas en Gaza, ya que la falta de suministros les impide prestar una atención de calidad. Cada vez llegan a la clínica más pacientes con heridas infectadas que saben que no pueden tratar por la ausencia de cuidados de calidad constantes.