El discurso extraordinario del presidente Noboa llenó de esperanza a los ecuatorianos, pero los discursos son palabras que se desvanecen rápidamente; el gobierno solo será visible en sus obras, como dijo el presidente. El fervor se irá reduciendo a medida que pasen los días y no se vean las obras, porque no tienen financiamiento.
La ratificación del gabinete ministerial es coherente con la ponderación de las cualidades de los ministros en el discurso inaugural, aunque la tarea fue discreta, no por falta de capacidad sino de presupuesto. Apenas se dedica a la obra pública algo más del dos por ciento de los recursos y eso es insuficiente.
El quinto puente, la carretera Buena Fe-Jujan, la torre del Eugenio Espejo, el museo de la capital y la ampliación del metro de Quito, son obras costosas; solo la expansión petrolera y la explotación de la minería podrían financiar tales obras, pero requieren tiempo y la habilidad política para neutralizar a los enemigos.
La inversión privada es una promesa; lo primero que solicitan los empresarios para intervenir más en la economía es financiamiento. Las obras entusiasman, generan empleo, mueven la economía, pero no hay dinero; solo las 200 mil viviendas ofrecidas podrían agotar los recursos del presupuesto. La inversión extranjera viene detrás, no antes del éxito del gobierno.
Los ministros ratificados no podrán cumplir los compromisos asumidos si no tienen recursos. El reto es enorme porque el tiempo puede transformar la esperanza en frustración. La publicidad, por eficiente que sea, no ayudará y puede suscitar la sospecha de que se busca construir un caudillo y no la obra pública ofrecida.
Pasada la euforia del discurso, nos corresponde a los ciudadanos el deber y el derecho de vigilar al gobierno. La oposición política no ayudará porque no entiende el papel democrático de las minorías y solo se ocupa de los problemas judiciales del caudillo y sus incondicionales. El papel de la prensa independiente será crucial.