Con sobra de razón, sintiendo como nunca el lento paso de los días y admitiendo a medias las restricciones dispuestas por el Gobierno, la gente se pregunta hasta cuando resultará aceptable una disciplina incómoda y desacostumbrada que, en última instancia, no produce frutos inmediatamente visibles. Mientras tanto, la incertidumbre empieza a tomar cuerpo porque la paralización de la economía y sus desastrosas consecuencias sociales son innegables.
El 21 de mayo de 1987 fue creada la Academia Diplomática, institución encargada de la formación y capacitación permanente de los funcionarios de carrera del Servicio Exterior de la República. Poco después, el Canciller resolvió que en tal fecha se celebrara el “Día del Diplomático de Carrera”.
No ha mucho, el director del diario El País, de España, Don Juan Cibrián, al pronunciarse sobre los problemas políticos más relevantes de la democracia en Europa y América, recordó que, después de la reconciliación entre Francia y Alemania, terminada la Segunda Guerra Mundial, ese continente ha vivido el más largo período de paz y progreso, ha compartido la misma concepción substancial de los valores democráticos y ha construido la Unión Europea, eficaz expresión de solidaridad, diálogo y buen entendimiento.
El Ecuador está sumido en una crisis de gravedad inusitada. La incertidumbre política, la debacle económica, la corrupción, han moldeado un escepticismo peligroso y relativizado la ley y la ética. Un desconcierto generalizado flota sobre los valores que dan sentido a la vida personal y comunitaria. Ante la lentitud de la justicia, proliferan las sentencias de los “trinos”, en tono cada vez más vulgar y procaz. El país no atina a definir su futuro y los practicantes del oportunismo -voraces- se preparan para pescar a río revuelto. El cinismo matiza de gris la vida nacional.
La conocida editora Aguilar, hace años, publicó las obras completas de Lucio Anneo Séneca, precedidas por un “Discurso Previo” escrito por Lorenzo Riber, sacerdote humanista, miembro de la Academia Española de la Lengua de quien, en su elogio fúnebre, Don Pedro Laín Entralgo dijera: “Quisiera hoy ser dueño de aquel buen decir clásico que con tan manso señorío fluía de la pluma de nuestro compañero muerto” al que, además, calificaba de “poeta vernáculo, humanista clásico y varón de Cristo”.
Repetidas veces, en los últimos tiempos, Rafael Correa se ha referido al Presidente Moreno llamándolo Efialtes. ¿Quién fue Efialtes?
Al recorrer el museo del Almodí, de la ciudad de Xátiva, en España, se puede ver un retrato del Rey Felipe V. Lo raro es que está colocado con la cabeza hacia abajo, en demostración de la censura acordada por los habitantes de dicha ciudad contra el monarca Borbón que, en junio de 1707, vencedor en la contienda con los Austrias en la Guerra de Sucesión, ordenó que la ciudad fuese destruida “para extinguir su memoria”, en “castigo de su obstinación y escarmiento de los que intentasen seguir su mismo error”.
Al conocer el fallo del tribunal arbitral de La Haya sobre el caso Chevron, el país reaccionó con desconcierto, no tanto por la complejidad del tema sino porque nada se sabía sobre el significado económico de tal sentencia e instintivamente la comparaba con los escándalos de Odebrecht, las centrales eléctricas, Yachay, las plataformas gubernamentales, los contratos a los asesores de los asambleístas y decenas de otras corruptelas que diariamente salen a la luz y describen, de la cabeza a los pies, la naturaleza de Correa y su revolución.
Mark Thompson, presidente del New York Times, entrevistado sobre su último libro, que trata acerca de la corrupción de la palabra en la política, manifestó que vivimos una época de la “post verdad”, ya que la capacidad de influencia de las ideologías, los actores políticos y los medios de información pública, especialmente las redes sociales, les permite orientar y condicionar cada vez más las reacciones de la colectividad. Un hecho o una noticia pueden ser presentados en forma tal que, sin perder objetividad, induzcan al lector a formarse un criterio determinado.
Las entrevistas recientemente concedidas por el ex presidente Correa a algunos medios de información pública, en Bruselas, me trajeron a la memoria esos versos incisivos de García Lorca quien, al referirse a la actuación de la Guardia Civil durante la guerra española describió su inhumanidad diciendo: “Tienen, por eso no lloran, de plomo las calaveras…”
“Espejito, espejito, ¿Quién es el hombre más inteligente y poderoso? Tú, amo, tú”. Una multitud ingenua y esperanzada aplaude, mientras los colaboradores del líder, llenos aún de necesidades insatisfechas, gritan con entusiasmo para hacer méritos.
Hace pocos días, el Ecuador miró, sorprendido y preocupado, varios videos que, unánimemente, muestran a dos personas con uniforme militar impartiendo instrucción a un grupo de civiles. El asambleísta y la funcionaria del gobierno allí presentes, inquietos ante las implicaciones de esta indeseada revelación, sin negar los hechos, trataron de explicarlos diciendo que eran un simple “curso de oratoria” dictado en una “mañana deportiva”, en un parque público de la ciudad.
En un Estado democrático, el pueblo elige a sus autoridades depositando su voto en las urnas. Lo debe hacer de manera periódica, libre, justa, directa y secreta, sin impedimentos ni condiciones. El pueblo es el soberano y su voluntad orienta y da sentido a las decisiones colectivas. El Gobierno elegido recibe el mandato de trabajar por el bien común, sometido a la ley y a la ética. La legalidad es la sujeción a la ley. La legitimidad, en cambio, está dada por el respeto a los principios y valores que inspiran a una sociedad. Una decisión democrática debe ser legal y legítima.
En el centro de la plaza romana del Campidoglio, diseñada por Miguel Ángel, se levanta el monumento ecuestre de Marco Aurelio, emperador romano cuyas victorias militares y sabia administración, a pesar de haber sido notables, se quedan cortas comparadas con la profundidad de sus ideas y sus escritos, razón por la que se le conoce como el emperador filósofo.
El 19 de noviembre, la Corte Internacional de Justicia puso fin a la disputa entre Colombia y Nicaragua sobre algunas islas y espacios marítimos en el Mar Caribe. El procedimiento judicial se inició en 2001 y ha tomado once años en ser resuelto.