Democracia y Nuevo Orden

No ha mucho, el director del diario El País, de España, Don Juan Cibrián, al pronunciarse sobre los problemas políticos más relevantes de la democracia en Europa y América, recordó que, después de la reconciliación entre Francia y Alemania, terminada la Segunda Guerra Mundial, ese continente ha vivido el más largo período de paz y progreso, ha compartido la misma concepción substancial de los valores democráticos y ha construido la Unión Europea, eficaz expresión de solidaridad, diálogo y buen entendimiento.

La práctica sana de la democracia ha servido para perfeccionar el respeto a los derechos humanos, pero no ha impedido la utilización fraudulenta de sus debilidades para dar nacimiento a gobiernos populistas y autoritarios que, triunfantes en las urnas, no han tardado en aplicar medidas antidemocráticas para mantenerse en el control de la política. El populismo ha hipnotizado a los pueblos, no solo en América Latina, en donde parece tener un carácter endémico -Brasil, Venezuela, México, Cuba, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, por ejemplo- sino también en Estados Unidos, España, Francia, Hungría, Rusia y otros países.

Cabe preguntar, entonces, si la democracia está en crisis. Para responder, es necesario reconocer que el orden mundial, regido por principios orientados a evitar la confrontación, ha sufrido inesperados cambios. Los problemas que aquejan inclusive a los países históricamente respetuosos de la regla del derecho inducen a replantear el orden internacional, el papel del estado nacional en tal contexto y las atribuciones del poder.

La globalización, con sus efectos positivos y negativos, es un fenómeno que está tomando cada vez más cuerpo a causa del veloz adelanto tecnológico, poniendo de relieve la interdependencia entre todos los estados. La existencia de los llamados temas globales es una constatación de que ningún estado es autosuficiente. Han surgido nuevas tendencias, derechos y obligaciones aún carentes de claridad, que cuestionan doctrinas como la soberanía estatal o la jurisdicción nacional. La conducta de los estados debe adaptarse a las normas que interesan a la comunidad mundial en su conjunto. Los actores principales en balance del poder mundial pueden cambiar, pero seguirá aplicándose, bajo múltiples disfraces, la primitiva ley del más fuerte. Para los débiles, el derecho será siempre su mejor defensa.

La ineficacia de los organismos multilaterales les ha desprestigiado, injustamente, y ha estimulado el resurgimiento de miopes nacionalismos. No hay diferencias sustantivas entre quienes enarbolan banderas como “America First” o “Brasil por encima de todo” y el pretérito y funesto “Deutschland uber alles”, caldos de cultivo para peligrosos extremismos.

La inteligencia artificial nos está volviendo tontos.

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