La conocida editora Aguilar, hace años, publicó las obras completas de Lucio Anneo Séneca, precedidas por un “Discurso Previo” escrito por Lorenzo Riber, sacerdote humanista, miembro de la Academia Española de la Lengua de quien, en su elogio fúnebre, Don Pedro Laín Entralgo dijera: “Quisiera hoy ser dueño de aquel buen decir clásico que con tan manso señorío fluía de la pluma de nuestro compañero muerto” al que, además, calificaba de “poeta vernáculo, humanista clásico y varón de Cristo”.
Tal “Discurso Previo”, que no pretende ser una biografía de Séneca, nos ofrece una atractiva síntesis de la vida del filósofo y un análisis orientador de los valores que le orientaron y que predicó con su ejemplo. Séneca fue preceptor del joven Nerón, a quien entregó sabias lecciones de tolerancia y rectitud, y fue su víctima cuando, pervertido por la crueldad y la ignominia, el ingrato y celoso Emperador le ordenó poner fin a su vida.
Nacido en Córdoba, Séneca adquirió poder y fama en Roma, llegando a vincularse con la familia imperial. Estuvo siempre cerca del poder, pero jamás se endulzó en conservarlo. Nos dejó, en inmortal herencia, su amor a la filosofía y su práctica de la ética. Conocido por su tolerancia con todas las doctrinas, se mostró siempre leal al estoicismo que predicaba. El mismo nos cuenta que, cuando llegó a Roma desde su española Córdoba, se alimentó con “la medicina” de los estoicos. Proclamando sin temor la verdad, inició su vertiginoso ascenso en la escala de las dignidades romanas. La celosa Mesalina, reina corrupta que se vendía en los prostíbulos romanos, le acusó y consiguió desterrarlo en Córcega –“metida en un encerramiento de peñones y de resquebrajaduras”-. De Mesalina diría Quevedo, siglos después:
“El precio infame y vil regateaba /hasta que el taita de las hienas brutas /a recoger el címbalo tocaba”
Cuando las intrigas le enajenaron la voluntad de Nerón, Séneca le visita en el Palacio y renuncia a dignidades y riquezas: “Los dos hemos colmado la medida: tú dándome cuanto un príncipe puede dar a un amigo y yo aceptando cuanto un amigo puede recibir de un príncipe”, a lo que Nerón se niega por pensar que tal acto de renunciación hubiera podido aumentar el prestigio del filósofo y destacar su propia vileza.
Nuevamente, acudo a Quevedo para destacar la riqueza conceptual del diálogo –contienda de afiladas espadas verbales- recogido por la pluma de Tácito:
“Recíbelo, Nerón; que en docta historia /más será recibirlo que fue darlo/ y más seguridad en mí el volverlo,/ pues juzgarán, y te será más gloria/ que diste oro a quien supo despreciarlo, /para mostrar que supo merecerlo”.
Después, Séneca recibió de Nerón la orden perentoria de suicidarse.