Don Jorge Viteri, uno de los pioneros trabajadores del petróleo, contaba, apesadumbrado, cómo, cuando brotó el primer barril de petróleo, se creía que por fin el país iba a entrar en su plenitud del desarrollo, “seríamos ricos, al fin saldríamos de la pobreza”. “Nos bañamos en petróleo de la felicidad” decía, con la nostalgia del tiempo pasado. Don Jorge pudo comprobar, luego de años de trabajar para la industria, que las cosas no habían sido así, como se soñaba en los años sesenta. Y se preguntaba si la sangre de sus trabajadores, muertos algunos por lanzas, otros por accidentes fatales, había valido la pena. Lo escribió con pelos y señales en un libro que merece recordarse: “Petróleo, lanzas y sangre”, editado, paradójicamente, por el Ministerio de Recursos No Renovables, durante la administración del hoy Fiscal General.
Hoy escuchamos, mientras se debate el tema Yasuní, a algunos de sus habitantes y autoridades locales, reclamar, con justa razón, que ellos quieren educación, salud y servicios básicos y que por eso están a favor de la explotación de los recursos en sus tierras. Que saldrán de la pobreza, les dicen, igual que hace 40 años. Y ellos, con alguna ingenuidad, hablan convencidos: “Nos merecemos lo mismo que ustedes”, dicen, dirigiéndose a los jóvenes capitalinos que defienden convencidos las firmas para la no explotación de un Parque Nacional.
En su discurso reclaman derechos. Nadie en su sano juicio se opondría a que los habitantes amazónicos tengan servicios básicos. Es su derecho. La educación es un derecho. La salud es un derecho. El trabajo es un derecho. Pero no se puede canjear un derecho por otro. No se puede canjear en derecho a vivir en un ambiente sano, el derecho a la tierra, los derechos culturales, a cambio de otros derechos. No se puede renunciar a los derechos de los pueblos y nacionalidades consignados en la Constitución. Con o sin explotación de sus territorios, los pueblos amazónicos tienen que acceder a la educación, a la salud y a los servicios básicos. Y los gobiernos tienen la obligación de trabajar por el cumplimiento y la garantía de esos derechos.
En 40 años de explotación no se han enriquecido los amazónicos: la plata engordó otros bolsillos. Se han empobrecido a pesar de las ofertas de salir de la pobreza. Los recursos no llegaron, se malgastaron, se esfumaron. Ahora aparentemente llegan. Se nota. Pero también se malgastan, se bota la plata que parece que sobra. Se cede la tierra comunitaria a cambio de casitas individuales, se ofrece trabajo (malpago y temporal), se firman convenios abusivos, se destruye infraestructura escolar sana y buena, para construir otra, del milenio, con parqueaderos ahí, donde no hay carros. Los derechos no se compran ni se venden ni se trocan. Se exigen. Se ejercen. Se disfrutan.