Retroceder 60 años implica irnos a 1964, cuando el mundo se debatía en la temeraria Guerra Fría no declarada, pero sí implementada entre Washington y Moscú; cuando Fidel Castro había triunfado en la Sierra Maestra en 1959 derrocando al inescrupuloso Fulgencio Batista adueñado de Cuba desde 1952; cuando en República Dominicana gobernaba Joaquín Balaguer en el primero de sus tres mandatos; en Colombia Guillermo León Valencia; en Chile el democratacristiano Eduardo Frei Montalva con su “revolución en libertad”; mientras en Brasil hasta abril de dicho año gobernó el presidente progresista, Joao Goulart, siendo derrocado por una Junta de Gobierno encabezada por Castelo Branco quien gobierna hasta 1967, abriendo un período de 21 años de gobiernos militares.
Por aquel entonces ya se había vivido la más compleja crisis entre las dos superpotencias, cuando aviones de reconocimiento norteamericanos, descubrieron en Cuba, plataformas de lanzamiento de misiles de alcance medio con cabeza nuclear de origen soviético emplazados hacia los Estados Unidos, provocando que el presidente John F. Kennedy decretara un bloqueo marítimo de la isla.
Tal crisis se superó, cuando Kennedy se comprometió con el presidente del Consejo de Ministros Soviético, Nikita Jruschov a no invadir Cuba, así como a retirar los misiles balísticos nucleares norteamericanos emplazados en Turquía que apuntaban a la URSS, a cambio del retiro de la cohetería soviética emplazada en Cuba.
Lo anterior, tan sucintamente descrito, trajo y ocasiono múltiples secuelas, en las Américas, Asia y África.
Una de ellas, fue la irrupción de la Doctrina de la Seguridad Nacional -que se venía larvando- en las escuelas matrices de las fuerzas armadas de nuestro continente, para así ayudar a contener el avance de los partidos políticos de pensamiento marxista.
Si bien nunca recibió oficialmente el nombre de Doctrina, esta denominación es ampliamente reconocida en muchos ámbitos académicos y gubernamentales, y su existencia es demostrable según la interpretación de los informes desclasificados por el gobierno de EE. UU., la CIA (Central de Inteligencia de los Estados Unidos) y los memorándums del Consejo de Seguridad Nacional de dicho país.
El hecho de nunca haber sido redactada o declarada oficialmente se explica al entenderla como una “doctrina militar”.
Quienes saben de estas materias, dicen que las doctrinas militares, en esencia, son conjuntos de proposiciones no necesariamente escritas, que constituyen un corpus más o menos coherente, orientadoras del accionar institucional de las fuerzas armadas en lo que es la manifiesta función principal de las mismas: hacer la guerra. Las doctrinas militares caracterizan, pues, las modalidades esenciales de la guerra; identifican enemigos específicos; analizan el contexto internacional a fin de detectar aliados y adversarios de acuerdo con las hipótesis de conflicto que se manejan; evalúan calidad y cantidad de los recursos materiales y humanos disponibles en caso de un estallido de hostilidades, etc.
Nadie discute que fue en Brasil, en donde mayor arraigo y posterior desarrollo tuvo el adoctrinamiento impartido en West Point, y en la Escuela de las Américas de Panamá, sobre la mencionada Doctrina. En ambas, entre 1946 y 1988, militares procedentes de distintos países latinoamericanos fueron instruidos en técnicas de contrainsurgencia: interrogatorios mediante torturas, infiltración, inteligencia, secuestros y desapariciones de opositores políticos, combate militar y guerra sicológica.
Los militares brasileros fueron precedidos desde los 50 por el General Stroessner en Paraguay. Después cuál palitroques cayeron Uruguay, Chile, Argentina y Bolivia, conformando entre ellos (más otros) la tenebrosa Operación Cóndor, cuyo propósito principal fue el intercambiar detenidos políticos para hacerlos desaparecer lejos de su tierra natal.
Ello fue macabro, pero real. La historia debe ser conocida para no repetirla.