Si la brecha fiscal en este año es 11 600 millones de dólares, el desequilibrio fiscal afectará a las posibilidades de recuperar el crecimiento, pues será imposible financiarla en esa magnitud.
Entonces hay que gastar menos y gastar mejor, incluso a riesgo de posponer la reversión de la recesión económica.
Mirando al futuro lo correcto es disminuir el déficit fiscal paulatinamente durante los cuatro años de gobierno con base en producir más y mejor, de modo que el país entre en la senda de un desarrollo sólido y sostenible, aunque no sea rápido.
Un gobierno que entra con una debilidad congénita tendrá un margen de maniobra estrecho y la tentación asistencialista de dar y dar, regalar y regalar, subsidiar y subsidiar, no podrá salir adelante porque no hay con qué ser dispendioso, lo que al final previene los efectos contraproducentes de un populismo insostenible.
Si no se trabaja seriamente en disminuir los desequilibrios se afectará a la gestión del desarrollo, pues los inversionistas no vendrán porque ellos ven primero la salud de la economía antes de invertir en algún país.
Tampoco los prestamistas serios comprometerán sus capitales financieros a un país en donde es previsible que no tendrá suficiente capacidad de pago.
Ya pasaron las elecciones y no caben gastos clientelares sino ser eficientes en el manejo de las finanzas públicas, tanto por parte del gobierno que se va como del que viene, para no exponernos a la insolvencia en un país sin moneda propia y a una situación de mayor empobrecimiento como es el caso de Venezuela.
Solo se justifica endeudarse para hacer proyectos de alta rentabilidad económica y social y no para obras sin ninguna planificación como la refinería de El Aromo, los aeropuertos vacíos u obras de poca utilidad. Tampoco se debe seguir esquilmando las reservas del Banco Central para inyectar liquidez momentánea para sostener una demanda efímera y dar la impresión de que no estamos en crisis.
Debemos sincerar la economía, explicar al pueblo la verdadera situación para estar claros y en capacidad de comprender las razones cuando haya que adoptar medidas correctivas, porque para ser obedecido hay que ser creíble, decir siempre la verdad desde el primer día.
El nuevo presidente debe dar ejemplo de austeridad eliminando lo que se sabe que es innecesario, el gasto inútil, superfluo. Basta de viajes improductivos al exterior, basta de derrochar en comilonas y farras colectivas que causan envidia e indignación del pueblo pobre que no tiene qué comer.
Para esto no son necesarias más consultorías costosas sino prescindir obviamente de instituciones ampulosas e inútiles sin que la gobernanza corra ningún peligro.
Se plantea entonces revisar la cantidad del gasto y mejorar la calidad del mismo, si se quiere gobernar con seriedad y sinceridad en beneficio del bien común.