Tomo prestado el título de la novela del escritor sudafricano J.M. Coetzee, Premio Nobel de literatura, para referirme a este 2020 que es, sin duda, el peor año para la humanidad desde los trágicos episodios del siglo XX que empezaron con la Primera Guerra, siguieron con la peste de la mal llamada gripe española y terminaron con la brutal Segunda Guerra Mundial.
El 2020, aunque no se acerque en el número de víctimas a esos períodos funestos, ha dejado al descubierto lo vulnerable que es la humanidad frente a las amenazas invisibles de los virus y las bacterias. Precisamente un siglo después del azote mundial de aquella gripe que dejó más de cincuenta millones de víctimas, a pesar de los avances considerables en tecnología, comunicación y especialmente en salud, una nueva epidemia ha puesto en jaque a todas las naciones del planeta.
La mayor preocupación a estas alturas, cuando llevamos ya nueve meses de confinamientos y restricciones de nuestras actividades cotidianas, es que la luz al final del túnel, que aparecía tímida cuando hace pocos días se aplicaron las primeras vacunas, ha vuelto a opacarse al terminar este 2020 con el surgimiento de una mutación que, de modo imprevisto, nos ha devuelto a la tenebrosa realidad de un nuevo período de encierros, incremento de contagios, saturación de hospitales, limitaciones de movilidad, suspensiones de vuelos, y, por supuesto, una recesión más profunda todavía.
El balance del año, por más optimistas que nos pongamos, cerrará este 2020 en números rojos. No importa que la desgracia se hubiera mantenido alejada de la puerta de nuestra casa, todos conocemos a alguien que la sufrió de cerca y hoy lamenta la ausencia de sus seres queridos. No importa que nuestra situación laboral no se haya visto afectada o que incluso haya alguien que pueda decir que la pandemia le dio beneficios, pues una inmensa mayoría de personas ha perdido sus trabajos o ha visto reducidos sus ingresos de forma dramática. No importa que en todo este tiempo hayamos eludido al virus o incluso que lo hayamos vencido en algún caso, porque lo que en realidad importa es el hoy y el mañana, sin relajarnos demasiado, sin confiarnos en exceso, sin exponernos nosotros y los nuestros a la desgracia que ya han sufrido casi dos millones de personas.
Si alguna enseñanza nos ha dejado esta pandemia es que el mundo no funciona con unos pocos sabiondos, estúpidos o temerarios, que todos formamos parte de este gigantesco engranaje que es la vida, y que cada persona desde su espacio y en su tiempo, tiene una función esencial para la humanidad en este, nuestro planeta.
Hoy seguimos acuciados por el miedo y la incertidumbre, limitados en nuestras acciones y movimientos, pero con la esperanza de que todos los sacrificios valdrán la pena. No nos queda sino esperar, acatar y confiar, y sobre todo, ser solidarios en estos momentos en que tanta gente cercana necesita de nuestra fortaleza.