¿Cuál fue el principal legado de la Revolución Liberal?
La revolución liberal-alfarista se sumergió en lo más profundo de las contradicciones de un estado como el ecuatoriano, débil y carente de organicidad, y tenía que ser cambiado desde su realidad social. Estos cambios tocaron todas las formalidades de ese estado terrateniente, y más tarde liberal burgués. Alfaro y sus compañeros en la revolución, Peralta, Leonidas Plaza antes de su fase traidora, Luciano Coral, Abelardo Moncayo, entre otros, fueron los gestores de los cambios; acompañaron a Alfaro durante un par de décadas, entendiendo la necesidad de separar la Iglesia del Estado, de crear una educación liberal y democrática a partir del surgimiento de los normales, tanto de varones como de mujeres; liberales que hicieron respetar los derechos de la mujer así como la obtención del sufragio para ellas e incorporarlas a la administración pública, e igualmente tal vez la obra material más grande de todo este periodo, el ferrocarril. También construyeron carreteras y caminos vecinales que le dieron a ese Estado surgido de la revolución, una consistencia política e ideológica y materializarla en esos espacios públicos que el país entero reclamaba.
La separación de las relaciones Iglesia-Estado era una necesidad suprema, importante y esencial de este proceso, porque la institucionalización del nuevo Estado demandaba priorizar algunas de estas áreas de un país que se veía abocado a entender que la creación del Ejército y la serie de organismos que se presentaban eran parte de un momento importante de una realidad que ya no se podía dejar escapar. Este “divorcio” también fue fruto de una intensa lucha armada, librada en los púlpitos, en los campos de batalla, en libros y folletos, nos lleva a entender que si el naciente estado liberal debía consolidarse e imponer su lógica liberal, sólo podía hacerlo separándose y alejándose de la Iglesia.
La educación pública y laica, al igual que otros cambios generados por la revolución, también fue una necesidad inapelable y con la imposibilidad de dejarla de lado. El nuevo Estado debía tomar a cargo una educación liberadora que sea asumida por el padre de familia en pleno ejercicio de su independencia frente a la iglesia y creando los mecanismos para que sus hijos sean los únicos portadores de su libertad de conciencia. Antes y en la actualidad, tenemos una educación liberal, democrática, con rostro de siglo 21, dispuesta a enfrentar los grandes retos de la investigación, la ciencia y la cultura.
Los derechos de la mujer fueron probablemente una de las preocupaciones básicas y fundamentales de la Revolución Liberal Alfarista, pues la incorporación de la mujer a la administración pública (profesora, obrera, empleada estatal, secretaria, estudiante universitaria, etc.), disminuyó la degradación y el atraso de ella ante una sociedad machista que se negaba a reconocerle sus derechos esenciales, entre ellos el sufragio.
Considero que la construcción del ferrocarril, obra trascendental y supremo esfuerzo de la revolución, que unió al país, lo integró, permitió que las regiones se acercaran y el comercio se dinamizara, que los caminos vecinales permitieran llegar al ferrocarril y la mayoría de los productos se volvieran exportables.
Y finalmente, la cultura es también producto de la creación del laicismo. Volvió a los jóvenes de la época, hombres y mujeres, en captadores de una esencia liberal democrática que los llevó a la literatura, la música, al arte; que a su vez se expresaron por todo el territorio nacional. La gran literatura de los años 30 es la prueba de que el laicismo estaba llegando a su más grande momento.
Carlos Calderón Chico, miembro de la Academia Nacional de Historia.
Historiador – periodista.