La muerte de uno de los más radicales gobernantes en la historia de Libia y por qué no de Oriente Medio, trae revuelo al panorama mundial. Sin duda la finalización de un régimen, que deja ahora cicatrices en la historia de ese país, crea expectativa: la añoranza de un futuro más prometedor. ¿Y es que acaso la historia no nos ha demostrado que del fin de las tiranías, del ocaso de regímenes totalitaristas, podrían surgir naciones perfectamente desarrolladas? Ejemplos de ello Alemania, China y más cercanamente Chile, que en el siglo pasado tuvieron su correspondiente autócrata, por qué no, un catalizador para un crecimiento paulatino, un desarrollo de su calidad de vida, sin duda un avance hacia el progreso, todo esto como cohesión de unidad nacional, con el fin de superarse, de lograr una mejor calidad de vida. Es por eso que la expectativa, la esperanza se centra ahora en el país libio, el fin de algo (en este caso alguien) y el comienzo de lo que todos esperaríamos sea el diseño de un país en
paz, estable, inserto en el acontecer internacional. Es un ideal digno de ser pensado, pero la realidad se enfrenta a situaciones contrarias a lo deseado: muchos de los rebeldes quienes apoyaron el plan de liberación libia vienen de diferentes sectores, ya sean laicos o islamistas, a favor o en contra, el ideal de concentración y unidad verá ahora sus momentos más duros, en donde puesto a prueba irá develando poco a poco el futuro de este importante país petrolero.