Construyendo un ambiente armónico en el aula
La convivencia en el aula es fundamental para el aprendizaje y el desarrollo personal de los estudiantes. Un ambiente respetuoso y colaborativo no solo fomenta la educación, sino que también prepara a los jóvenes para interactuar en la sociedad. Establecer normas claras es el primer paso hacia esto.
Las normas de convivencia deben ser simples y accesibles. Desde el respeto mutuo, hasta la puntualidad, estas pautas ayudan a crear un marco donde todos se sientan seguros y cómodos. Cada estudiante debe comprender que su comportamiento afecta a sus compañeros y al ambiente de aprendizaje.
Es crucial que estas normas se formulen en conjunto con los estudiantes. Al involucrarlos en el proceso, se promueve un sentido de pertenencia y responsabilidad. Cuando los jóvenes participan en la creación de las reglas, es más probable que las respeten y las hagan suyas.
Además, estas normas deben ser consistentes y aplicadas con equidad. Situaciones como el acoso, la discriminación o la falta de respeto deben ser abordadas de inmediato. Esto no solo protege a los afectados, sino que también refuerza la importancia de un ambiente sano para todos.
La comunicación es esencial en la convivencia. Fomentar un espacio donde los estudiantes puedan expresar sus emociones y opiniones contribuye a la resolución pacífica de conflictos. Las herramientas de mediación pueden ser útiles para que los jóvenes aprendan a dialogar y negociar sus diferencias.
Es importante reconocer y celebrar los logros colectivos. Un aula donde se comparten éxitos y aprendizajes fortalece el sentido de comunidad. Las dinámicas grupales y los proyectos en equipo crean lazos que trascienden las páginas de un libro.
Roberto Camana-Fiallos
Resolvido, descubrido y también rompido
Hemos escuchado, con estupor, cómo dos asambleístas que respaldan al presidente Noboa, alardean de una mala formación, académica y familiar, al utilizar, sin ningún empacho, ante las cámaras, expresiones reñidas con la gramática como “resolvido” y “descubrido”. ¡Y están encargados de escribir leyes! Ojalá no hayan “escribido” todavía ninguna.
Se ha vuelto pan de cada día en nuestro país, el tener que presenciar los productos de una pésima educación.
Hace poco tiempo, cuando Wilman Terán ostentaba todavía la presidencia del Consejo de la Judicatura, lo escuché en una entrevista en Radio Morena de Guayaquil, repetir, por dos ocasiones en la misma entrevista, otro dislate anti gramática: “rompido”. Del mismo tipo de los cometidos por los dos asambleístas mencionados en primer lugar.
Es preocupante que los perpetradores de estos ataques al idioma, ocupen cargos de relevancia, los unos en el cuerpo legislativo, y el otro, como presidente del Consejo de la Judicatura, cargo recibido por ser, nada más ni nada menos, el delegado del Corte Nacional de Justicia.
Estos hechos no hacen más que confirmar la degradación de la educación en el Ecuador, la falta de lectura como práctica normal de cualquier actor de la sociedad, la deficiencia de los hogares en complementar la educación formal.
¿Dónde están las universidades que los formaron (a aquellos que tuvieron una educación universitaria)?
Desde hace muchos años he venido sosteniendo que una manera de corregir este problema, es que las universidades que formaron a quienes delinquen de manera flagrante (y el agredir el idioma es una manera de delinquir, especialmente en las profesiones que privilegian el uso de la palabra, como la de leyes), deben recibir de las universidades que los formaron ya sea la suspensión o el retiro de los títulos otorgados. Probablemente, no lo hagan porque, de hacerlo, nos quedaríamos casi sin profesionales.
Para cualquier profesional es una falta de dignidad el no actualizar, de manera permanente, sus conocimientos, y, el no ampliar sus mentes con la expansión de un bagaje cultural acorde a sus prácticas profesionales.
¿Dónde están los Colegios Profesionales que ven comprometidos sus prestigios y el del resto de afiliados, con estas prácticas indecentes?
Es obvio que un profesional que utilice mal el idioma, peor si es abogado o periodista, que tienen la obligación de manejar bien el idioma, es una verdadera vergüenza para su clase profesional, pero los gremios se quedan callados, mostrando complicidad o espíritu de cuerpo malentendido, sin percatarse que el país nos bridó la oportunidad, en muchos casos casi gratuita (en las universidades públicas) de tener una profesión.
Pero esto no para allí. Los profesores primarios, en gran parte afiliados a un partido dogmático, les importa un comino la calidad de la educación, lo que quieren es, precisamente, tener caldo de cultivo para mantener la ignorancia, único medio de tener dogmáticos y fanáticos. Y qué decir de los gobiernos, insensible a la necesidad de crecimiento de las personas.
José M. Jalil Haas