El cuento de nunca acabar
“El paro de buses concluye, pero el aumento del pasaje citará a transportistas y Alcaldía” titular de prensa. Guayaquil acaba de pasar un paro de cuatro días provocado por el transporte de buses urbanos, la razón, la de siempre -alza del pasaje-. La Federación de Transportadores Urbanos del Guayas (Fetug) considera que el pasaje debe pasar de 0,30 a 0,45 USD, para aliviar la precaria economía de sus agremiados, que están a punto de quebrar. Por otro lado, la Autoridad, en este caso el Alcalde de Guayaquil, rechaza la medida, argumento, el de siempre,- pésimo servicio-, así, nunca llegarán a un consenso definitivo. Esto que hora está pasando en Guayaquil, ayer pasó en Quito, mañana pasará en Cuenca o en cualquier otra ciudad. El problema es que, el argumento de las partes, es espurio, se preocupan de variables aisladas y no del conjunto al que pertenecen, priorizan la variación del costo de las características del vehículo: alza del precio del combustible, implementos para la comodidad del pasajero, etc., que son variables necesarias, pero de poca sensibilidad y, se olvidan de las variables que verdaderamente influyen en el precio del pasaje técnico, las de la condición de movilización: longitud de ruta, velocidad, frecuencia de salida, cantidad de pasajeros servidos (propias de cada ciudad). La solución es, disponer de una metodología fácil y flexible que permita calcular y actualizar el pasaje técnico en cualquier lugar y momento, que esté al alcance de todos y, el resultado sirva de base para el debate de las partes de donde saldrá el pasaje consensuado, que evitará los tediosos paros del transporte urbano que tanto daño hacen a la población. La ANT tiene publicado una metodología para calcular el pasaje técnico, poco aplicable, pero puede ayudar a encontrar la solución definitiva para terminar con “El cuento de nunca acabar”.
Marco A. Zurita Ríos
La alharaca como práctica política
Cuando en cualquier discusión o análisis se hace presente la alharaca, es signo de degradación. Alharaca es, según el diccionario: “Extraordinaria demostración o expresión con que por ligero motivo se manifiesta la vehemencia de algún afecto, como de ira, queja, admiración, alegría, etcétera”. En Esmeraldas lo calificamos como una reacción estrepitosa ante cualquier acontecimiento, o, un apoyo extremo a causas, sin razonarlas o sin entenderlas.
Es claro que es una herramienta que busca enfatizar una demostración de afinidad, especialmente cuando se actúa en política. Acá, la usamos con exageración y bullicio, cuál si el tono de voz otorgara razón. Pero, en política o en la vida cotidiana, cuando se tiene razón, nadie requiere de procedimientos alharaquientos.
Lo que acabamos de presenciar en la comisión de fiscalización de la Asamblea Nacional, es una exhibición, impúdica, de quienes creen que la voz alta, la agitación de manos, el palmoteo de mesas, es un fortalecimiento de posesión de la razón. Desde luego que ese comportamiento desdice de su posición política y de su dignidad como personas. Lo vemos más como un afán de hacer descender a toda la legislatura, al campo de la grosería, a la rudimentaria ignorancia, a la imposición por el grito, pensando que llevando a todos a ese nivel van a ganar, pues allí son especialistas.
El parlamento, que es lo que define a la asamblea, debe ser un sitio de debate de ideas, con razonamientos claros, altura, cultura y dignidad personal. Quienes fueron llevados al parlamento, no por sus características académicas ni culturales, sino por sus fidelidades a dioses domésticos o personales, que la antigua Roma llamaba Penates, por su misma condición, están degradando la dignidad del parlamento.
Los espectáculos bochornosos de meneadores de caderas mientras conversan, o de gritones en discusiones en mesas de debate, no son dignos de un parlamentario, pero es aquí donde se evalúa la calidad de quienes los seleccionan como candidatos: o están al mismo nivel o quizás más bajo.
José M. Jalil Haas