Fue para mí un deleite la lectura de ‘Elogio del ocio’ de Fabián Corral B., columnista de EL COMERCIO el lunes 19 que incluye tanta sensatez y sabiduría. He cavilado desde hace varios años sobre aquellas máximas que han calado en el subconsciente de múltiples generaciones y que más que satisfacción podrían haber provocado crisis existenciales y morales: “Ganarse la vida”, por ejemplo, como si al no trabajar en una actividad que nos deje réditos económicos estaríamos condenados a muerte, como si el trabajo sería la vida misma. Tan a pecho se toman algunas personas estas frases que les parece casi un sacrilegio desligarse de las obligaciones laborales, incluso mentalmente y centran su valor en cuánto producen y si no lo hacen sus existencias pierden sentido. Apenan los casos de empresas que elogian públicamente a la empleada tan “responsable” que incluso vino a trabajar al día siguiente de la muerte de su padre; madres que renuncian a sus horas de lactancia en pos de un posible ascenso o por miedo a un despido mientras su hijo se queda en manos ajenas; padres que por dar “todo lo necesario” a sus vástagos salen del país y de sus vidas dejando y llevándose soledad y confusión. Sería un sueño llegar a los niveles de humanidad de naciones cuya jornada laboral, de seis horas, da resultados de igual o mayor productividad que países con horario completo, lugares donde hay un año de licencia pagada a madres y padres para que puedan ocuparse alegremente de la experiencia única e irrepetible de cuidar a un hijo, estados donde las personas pueden disfrutar de jubilaciones dignas cuando todavía gozan de salud y energía. Qué hermoso sería que la mayoría trabajase para cubrir sus requerimientos básicos y de esparcimiento y no que viviese para trabajar dejando de lado lo esencial y prioritario.