El novelista cubano Reinaldo Arenas, que sufrió la represión y el exilio, escribió: “En los sistemas totalitarios comunistas hay dos historias: la real que todos padecen, pero nunca aparece en el periódico; y la falsa, la optimista, que ocupa siempre la primera plana”. La apertura de los archivos secretos de la Unión Soviética, todavía limitada y parcial, ha permitido en los últimos años ir develando esa historia real. Algunos autores como Walter Laqueur, Dmitri Volkogónov, Vitali Chentalinski, Donald Rayfield y Anne Applebaum -sólo cito a los que he leído- han descrito una realidad inhumana y monstruosa: un Estado con una maquinaria destinada a la supresión de las libertades, a la tortura y el asesinato, a la represión y el genocidio.
El escritor inglés Donald Rayfield, en ‘Stalin y los verdugos’, analizó minuciosamente la macabra historia de quienes, bajo las órdenes de Lenin y Stalin, dirigieron la policía política secreta y las fuerzas de seguridad del Estado soviético: Félix Dzierzynski, Viacheslav Menzhinski, Guénrij Yagoda, Nikolái Yezhov y Lavrenti Beria. De estos cinco dirigentes, Stalin “designó directamente a los dos últimos, mientras que los tres primeros se vieron inducidos a cumplir su voluntad. Lo que sí es evidente -concluyó- es que los cinco fueron instrumentos de una mente más malévola que la suya. Mientras Stalin se cuidaba de los fines, ellos se ocupaban de los medios”.
Los fines los conocemos todos: la imposición, consolidación y mantenimiento, a nombre del socialismo y de la clase obrera, de la dictadura personal, desquiciada y despiadada, de Stalin. ¿Los medios? La persecución, la delación, las acusaciones falsas, la elaboración y manipulación de pruebas, la tortura, la instauración de juicios con sentencias previamente dictadas (no en vano fueron llamados ‘ejemplares’), la deportación, el genocidio, la reclusión en los campos de concentración y, en última instancia, la ejecución y el asesinato. Los órganos de represión alcanzaron, por el miedo y el terror, un inmenso e incontrastable poder.
La lectura de la obra de Rayfield, además de darnos una visión dolorosa e irrefutable del totalitarismo comunista, con sus secuelas de supresión de los derechos y las libertades, de abusos y corrupción, de represión y muerte, nos plantea múltiples interrogantes; ¿qué condiciones históricas hicieron posible que un pueblo se sometiera en silencio y casi sin resistencia a un régimen de terror?, ¿por qué miles de personas -incluidos destacados representantes de la política, la literatura, el arte y la ciencia occidentales- contribuyeron ciegamente al encubrimiento de la verdad?, ¿qué factores permitieron que un Estado que se proclamaba abanderado del socialismo fuera dirigido, con el apoyo de esbirros y verdugos, por un psicópata asesino, brutal y despiadado?