El remitirse a la historia como fuente de identidad es un ejercicio que ha acompañado a toda sociedad y a toda cultura. Pero es solamente con la revolución moderna que la historia pasa a ser objeto de indagación con pretensión científica.
Es clásico el recurso a las fuentes y el tratamiento de las mismas como metodología de control sobre la verdad histórica. Pero estas son siempre insuficientes, e incluso si fueran exhaustivas no escaparían de la operación interpretativa que cada narrador de los hechos imprime en el documento histórico.
El debate sobre las fuentes se ha reeditado a propósito de las discusiones sobre el texto del Himno a Quito ¿cuál de sus estrofas expresa mas fielmente su verdadera identidad? ¿La identidad de Quito está comprometida con su origen étnico ancestral o es el resultado de la confluencia-enfrentamiento entre culturas diversas? ¿Es suficiente el material histórico empírico como para inferir el carácter identitario de las culturas preincásicas? ¿Es suficiente la información historiográfica como para desechar el pasado inca, bajo el anatema de su expansión imperial? ¿Y es España la culpable de todos los vicios que nos desviaron de nuestra pureza original?
La reivindicación de lo indígena cuyo auge se vivió en los años noventa fue significativa en su momento, porque acompañó la constitución de un actor político que fue excluido e invisibilizado por siglos. Pero en el discurso revolucionario, todo esto se reduce a una estampa folclorista, donde los pueblos indígenas con sus reivindicaciones actuales sobre la tierra, el agua y el modelo de desarrollo son convenientemente ocultadas.
La búsqueda de identidad es una forma de construir una utopía acerca del origen, para negar el pasado reciente y proyectarse al futuro, construyendo una narración mítica aglutinante. Lo más conocido (incas y españoles) se niega, y se finca la identidad sobre un mito opaco de pueblos no contaminados, y sobre eso se proyecta un futuro.
Pero un futuro que se basa en una lógica excluyente, donde lo original y puro es valioso, mientras lo más reciente es desvío y contaminación.
Es el síndrome de “las venas abiertas”, que busca en lo externo la causa de las catástrofes y las injusticias, es útil para cimentar el neodesarrollo en una sola dirección. Lo extranjero pasa de objeto negado a objeto deseado según la conveniencia y el momento, como en el caso de la ingente inversión china o en la figura de los “prometeos” que vienen a traernos el fuego y la luz a este reino de oscuridad.
La utilización interesada de los reclamos milenaristas acerca de la identidad, configura la imagen de una ciudad cerrada, recelosa de lo diferente, atrapada en el pasado. Nada más ajeno a la Quito actual, conectada con el mundo, proyectada hacia el futuro, diversa y cosmopolita. Su identidad, lejos de anquilosamientos y exclusiones, es plural y en permanente proceso de construcción.