El pogo, en el escenario abierto en la Plaza Grande. Foto: Julio Estrella/ EL COMERCIO
Las personas son como galaxias en el universo: distantes, diferentes y ajenas a las realidades del otro, pero parte de un todo interconectado. Esto se avizora en eventos como la Fiesta de la Música, que fue el fin de semana pasado (21 y 22 de junio de 2014), en plazas céntricas de Quito y con extensiones en Loja, Cuenca, Guayaquil.
Foto: Vicente Costales/ EL COMERCIO
La presentación de grupos alternativos nacionales y de un colectivo de la ‘nouvelle chanson’ fue el pretexto para presenciar las ‘diferentes galaxias’ de la juventud que cohabita en las calles. Claro, dentro de este avistamiento hay patrones más claros que otros.
Al ser un concierto con un cartel eminentemente alternativo, las fachas y demostraciones de identidad calzaban en su mayoría con esta tendencia. Es decir, se podían descifrar códigos de vestimenta y reconocer hippies, hipsters, ciclistas, gringos o esa clase juvenil que prefiere pasar desapercibida si se habla de modas.
En Cuenca, los espacios aledaños al Puente Roto fueron el centro de reuniones de sonidos y estilos diversos. Foto: Xavier Caivinagua/ EL COMERCIO
También estaban frente al escenario personajes ajenos a los membretes y que fueron parte vistosa del paisaje. No faltó el que dormía junto al pogo, el ciudadano de tercera edad que invitaba a bailar a las jovencitas, el mendigo que le juraba al policía que su envase tenía “una descarga de energizante” o el entusiasta que gritaba desde primera fila piropos a las cantantes francesas.
Y claro, había ‘full’ metropolitanos en constante paseo. Sería eso o la nostalgia de los que -en Quito- asisten desde el 95 a este festival, pero pareciera que este cónclave cósmico distó de aquel que tenía lugar en los patios de la Alianza Francesa,un espacio más íntimo, con ‘vibra’ propia. Pero aún existe, lo cual es bueno. Finalmente, la Fiesta de la Música es -como el universo- un organismo vivo, de cambio, evolución y movimiento.
Foto: Vicente Costales/ EL COMERCIO