Florencio Compte Guerrero es arquitecto, urbanista e investigador. Lideró un inventario de la historia de la arquitectura de Guayaquil, que propició ladeclaratoria patrimonial deedificios modernos.
Un “orden violento es desorden” y “un gran desorden es un orden” -o suele serlo- según escribió el escritor estadounidense Wallace Stevens en su poema ‘Conocedor del caos’. Sobre el tema reflexiona el arquitecto, académico y urbanista guayaquileño Florencio Compte. Él alude al caos como concepto y analiza también sus implicaciones en el desarrollo urbano.
¿Qué primera noción le suscita el concepto de caos?
Es un tema un tanto esotérico (sonríe). Lo trato en mis clases cuando vemos con los alumnos principios de arquitectura y analizamos los tipos de geometría. Y la geometría fractal está muy relacionada con la teoría del caos y vemos por qué en el mundo contemporáneo hay que enfrentar incluso el diseño o el conocimiento de la ciudad a partir de toda esta discusión que surge en el siglo XX, donde el caos tiende también a generar estructuras ordenadas.
El universo nació de una gran explosión, un evento caótico. ¿Entendemos como caos lo que nos rebasa a nivel mental o sensitivo?
Hay un orden subyacente y las estructuras caóticas tienden a buscar un tipo de orden, son leyes de la física. Desde la gran explosión del Big Bang, fijémonos hasta dónde hemos llegado, pero la pregunta es si finalmente volveremos al caos.
¿Es un viaje de ida y vuelta continuo?
Si se cree en el Big Bang se debería creer también en el Big Crunch, el retorno a un gran colapso o a una gran implosión. Estamos en ese tránsito. Esa es la entropía, todo tiende a descomponerse. Probablemente sea un modelo de universo que no tengamos la capacidad de entender en toda su complejidad.
¿En qué medida entonces lo caótico y desordenado obedece más bien a lo inexplicable o inentendido?
Puede ser que lo que estamos percibiendo como caótico en realidad sea un orden que no terminemos de entender. Pero hay quien dice que en vez de ser considerados seres cosmopolitas, deberíamos ser caospolitas, porque somos más herederos del caos que
del cosmos.
Existe la percepción de que las grandes ciudades en países en vías de desarrollo son caóticas. ¿Por qué suele ser así?
Es irónico porque nuestras ciudades, por ejemplo, a diferencia de las ciudades europeas, partieron desde la planificación, a pesar de que podamos decir ahora que no existe una evidencia tan clara de planificación. Pero eran ciudades que se concebían y diseñaban primero, se trazaban los lotes y luego venían los pobladores. La diferencia de las ciudades europeas es que el propio crecimiento de los pobladores generaba el crecimiento urbano. Y esta estructura reticular, que surge en las ciudades coloniales con la cuadrícula, es un concepto de orden. Todo se trazaba alrededor de una plaza central, una manzana vacía, y alrededor de ella se ubicaba lo más importante: el poder político y el poder religioso.
¿Si partieron de la planificación, por qué las percibimos como caóticas?
Una cosa es el momento histórico en el que fueron concebidas y otra el momento actual o cómo fueron desarrollándose en el tiempo. Creo que a pesar de esta percepción si vemos desde arriba la foto aérea de la ciudad de origen colonial, incluso en aquellas zonas marginales no planificadas, tienden a ser ordenadas en el sentido en que se busca la cuadrícula. Es el modelo de ciudad que conocemos y el modelo que reproducimos.
¿En los países desarrollados el caos está contenido?
Los conceptos de orden van variando, habría que decir que hay ciudades que ya no crecen sino que se densifican dentro de la misma área. Muchas ciudades europeas ya no crecen en su trama urbana, no se expanden. En nuestro caso, dado que no existe un proceso de densificación claro, la ciudad tiende a expandirse de una manera exponencial, entonces la percibimos más como caótica.
¿Se vincula también el caos a la inexistencia de una autoridad que establezca límites?
De hecho, lo que necesitan ciudades como las nuestras fundamentalmente es planificación. Es decir, hemos permitido que el crecimiento de la ciudad no sea un desarrollo planificado, sino que esté en función del impulso inmobiliario y de la iniciativa privada, no tanto de la planificación y un orden municipal.
¿Hemos extraviado esa planificación con la que nacieron nuestras ciudades?
Sí, incluso se pueden ir haciendo lecturas históricas de cada una de las ciudades y ver en qué momento hubo intenciones claras de planificar el desarrollo y en qué momento no. En la actualidad no queda claro si es que existe esa visión planificadora en la gran mayoría de nuestras ciudades.
¿Cómo recuperarla?
Hay que tener claro cómo queremos crecer, qué modelo de ciudad queremos crear, cómo vamos a posicionarnos ahora para lograrlo en el futuro. Y pasa fundamentalmente por la planificación. Pero hay que cambiar el paradigma de la planificación, no puede ser la misma que se pretendía en los años 60, con estos planes de desarrollo urbano que se generaban a lo largo de meses y años, y que cuando se concluían ya las condiciones habían cambiado y el plan era inaplicable. Creo que tiene que ir a la par, un proceso de planificación con una visión de futuro de la ciudad, pero también generando impacto a través de pequeños proyectos de intervención en sectores claves.
¿El peligro es entones que la velocidad de la realidad sobrepase la planificación?
Tiene que ser una planificación dinámica y fundamentalmente participativa, porque finalmente somos los ciudadanos, los que habitamos en cada uno de los lugares, los que sabemos cuáles son los problemas que tenemos y en ciertos casos tenemos ideas sobre cómo se pueden resolver. Lo que pasa es que nadie consulta ni escucha a los ciudadanos.
El desorden no debería impedirnos disfrutar de la ciudad. ¿Eso nos plantea un límite de hasta dónde lo caótico es admisible?
Eso se percibe cuando se recorre la trama urbana. Vemos en Guayaquil, por ejemplo, una ciudad donde la gente se amuralla para protegerse del ‘enemigo externo’, nos estamos dando cuenta de que se percibe como una ciudad hostil. Esa hostilidad que nos puede afectar en algún momento nos advierte que no es del todo una ciudad para el disfrute.
¿El caos tiene su encanto?
Nos suelen gustar aquellas ciudades que son distintas a lo que conocemos. Y ciudades con un cierto nivel de caos, como la nuestra, tienden a tener su encanto. Ciudad de México puede ser agobiante, pero me pareció menos caótica de lo que me esperaba, es una urbe muy verde y me pareció que la gente está echada al dolor en el momento de meterse en el caótico tráfico.
¿Cómo deberíamos lidiar con el caos urbano?
La planificación debe asumir y entender una realidad histórica. Uno de los problemas que se generaron en nuestras ciudades con los procesos de planificación de los años 60 y 70 fue que se trató de imponer un modelo urbano anglosajón, con ciudades planificadas a partir de sectores en los cuales se desarrollaban las distintas actividades: un sector administrativo, otro para lo comercial, otro exclusivo residencial y otro para la zona industrial. Se pensó que ese modelo de zonificación era ideal para Guayaquil, pero es un modelo pensado en una sociedad en la que todos tengan vehículo.
El tráfico expresa el caos urbano a diario…
El transporte es uno de los temas transversales. La mayoría de la gente recorre kilómetros y tarda varias horas al día para trasladarse a lugares lejanos de trabajo. Los sistemas de transporte público deberían resolver la situación, pero son deficientes. En el desarrollo histórico de nuestras ciudades se entremezclaban los sectores de residencia, comercio o administración. Y algunas ciudades de América que conservan ese modelo son las que suelen ser más atractivas, como Buenos Aires por ejemplo.