Carlos Chusin besa a su hija Carla tras ganar el combate. Foto: Antonio Salazar / EL COMERCIO
Se acercan las 21:00 del sábado 30 de marzo, en el coliseo del Colegio Eufrasia, en el norte de Quito, y la hora para demostrar en el ring que son los mejores ha llegado. Se trata de uno de los deportes más peligrosos del mundo: el boxeo. Entre gritos y arengas de sus seguidores y familiares, suena la campana para que hombres y mujeres de varias categorías suban al cuadrilátero con el anhelo de un glorioso resultado y una retribución de apenas USD 200 por pelea ganada y USD 50 por cada round. Cada golpe que impacta en sus rostros quizás es menos doloroso en medio de la algarabía del público, testigo de cómo los participantes sudan y sus rostros van cambiando, deformándose…
Un campanazo cierra el primer asalto. En apenas un minuto, los contrincantes no solo buscan agua y un poco de vaselina para los golpes; también, la voz del entrenador con la instrucción clave para el siguiente round.
Esta dinámica puede repetirse hasta el final si un golpe certero no define quién es el triunfador de la noche. La victoria siempre viene acompañada de agradecimientos y la derrota, de esperanzas para la próxima pelea.
Jhosep Vizacaíno ‘La Chica de Oro’ es untada con vaselina para reducir los golpes, mientras le piden calma. Foto: Antonio Salazar / EL COMERCIO
Silvia ‘La Pantera’ González recibe instrucciones de su entrenados, Luis ‘la Cobra’ Buitrón. Foto: Antonio Salazar / EL COMERCIO
Carlos Chusín descansa en la esquina, tras un asalto. Foto: Antonio Salazar / EL COMERCIO