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Ante la muerte de un ser querido, solemos aferrarnos a esa última ocasión en que lo vimos con vida, y más tarde, a manera de incordio o reproche, volvemos constantemente a esos instantes que tal vez fueron apenas segundos u horas, pero que también podrían haber sido días, meses o años incluso, según el caso, en que alguien que amábamos o apreciábamos había desaparecido sin que nosotros lo supiéramos.
La justicia, como se sabe, debe ser ciega, esto es, servir a los ciudadanos con imparcialidad, transparencia y equidad, sin ninguna consideración, preferencia o aversión por cuestiones raciales, económicas, sociales, políticas, religiosas...
Seguimos en medio de este fuego cruzado entre un virus que no nos da tregua y la angustiosa paralización de actividades, que va cobrando sus víctimas contabilizadas en quiebras, insolvencia, rupturas, hambre, y, por desgracia, en muertes.
El encierro forzado por las circunstancias nos sorprendió en la vorágine de la vida diaria, en medio de una normalidad a la que no le habíamos puesto atención ni la comprendíamos, ni sabíamos que existía, hasta que, de forma imprevista, como si se tratara de un desastre natural que acaba de arrasarlo todo, nos hundimos en la oscuridad, abatidos por la angustia, la incertidumbre y la desazón.
Si se animan un rato a mirar el cielo en estos días de encierro, podrán ver que estamos rodeados de buitres que sobrevuelan esperando el instante preciso de la descomposición. No es que hubieran aparecido ahora de la nada por la tragedia que estamos viviendo, qué va, han estado siempre sobre nosotros, pero antes no nos deteníamos a mirarlos por pura indiferencia, o tal vez porque no nos encontrábamos tan mal y siempre había algo o alguien que nos echaba un cable para salvarnos, pero ahora con la muerte rondándonos, con los bolsillos y las cuentas secas, y sobre todo, con el miedo instalado definitivamente en alma y cuerpo, ahora sí tenemos conciencia de que siguen ahí.
Escribo desde el espacio que ocupa la nostalgia, el enorme espacio del que se ha apoderado esta sensación abrumadora y narcótica que desplaza y arrincona otras emociones durante largos intervalos de tiempo.
Serán tiempos duros, fatales para mucha gente, pero no será el final de todos los tiempos. Enfrentaremos como humanidad cambios radicales en nuestro modo de vivir, en las relaciones entre personas que se volverán, sin duda, más impersonales y distantes. Por ahora, el presente nos sorprende añorando el pasado y mirando con temor al futuro.
Las noches se han hecho más largas, quizás también más oscuras frente a la desesperanza y la incertidumbre que se acentúa en el abismo de nuestra conciencia cuando entra en agonía. Intentamos entonces ser doblegados por el sueño profundo, pues allí, en sus entrañas, aunque a veces anidan pesadillas inquietantes o travesías absurdas, nos aguarda el sosiego de las aguas en remanso, y, en ocasiones, también un encuentro fugaz o un esperanzador cruce de palabras con los que ya no están.
El amor de esas madres, su tenacidad y coraje, lograron lo que pocos se imaginaban, que aquella banda de delincuentes perversos liderada por “El Abuelo”, sea condenada por la justicia a más de veinte y cinco años de prisión por el delito de trata de personas con fines de explotación sexual.
Hace algunos años se alejó de las pantallas y del periodismo escrito en el que llevaba algo más de cuatro décadas. Durante ese tiempo de ejercicio profesional le tocó vivir épocas turbulentas: derrocamientos, crímenes políticos, dictaduras, sublevaciones, crisis innumerables, y, por supuesto, también breves momentos de estabilidad política, social y económica.
Hay sociedades que han vivido por décadas al límite de su autodestrucción. En muchas de ellas es usual que caigan bombas, exploten minas o se lancen misiles. Y, por desgracia, también es frecuente que esos artefactos siniestros, a veces silenciosamente mortales o en ocasiones acompañados del fragor de un trueno, arrasen con todo a su alrededor en pocos segundos.
No se puede negar que el país es otro desde octubre de 2019. El Ecuador de antes, esa ficción en la que muchos creíamos o queríamos creer, no existe más, y no porque aquella revuelta infiltrada y manipulada por golpistas y delincuentes hubiera provocado algún tipo de cambio, sino porque además de dejar destrozos y pérdidas económicas, quedaron al descubierto los más íntimos complejos y defectos de nuestra sociedad, pero de manera especial, porque allí se descubrieron los oscuros secretos y las perversas obsesiones que persiguen ciertos grupos mafiosos alentados por el caos y la anarquía que se ha impuesto en otros países latinoamericanos.
Una de las escenas muestra a la turba hambrienta matando a golpes a un caballo famélico en medio de una carretera. La siguiente es una toma aérea secuencial de un paso fronterizo entre dos naciones que registra durante varios meses caravanas de miles de personas cruzando al otro lado. Otra escena descubre algo que nunca llegan a ver los turistas: el estado ruinoso de las casas de una de las ciudades emblemáticas de la época colonial en América, y allí, en medio de la miseria y el hacinamiento, un hombre vacía desde un segundo piso el cubo de los desperdicios humanos. Finalmente, en una esquina de otra ciudad, una imagen captura el momento en que milicias urbanas armadas por el gobierno cobran peajes a los vehículos que transitan por esa vía.
En su nueva obra, ‘Tripa Mistic’ (La Caracola editores), el escritor Rafael Lugo no deja títere con cabeza. Esta sátira cargada de humor fino, ficción y genialidad, relata la historia del fin del mundo y sitúa al Ecuador como su escenario principal.
El prefecto del Azuay, Carlos Pérez, se posesionó hace algo menos de ocho meses pero aún no ha empezado a ejercer sus funciones porque sigue en campaña política (y anti minera) que solo se interrumpió brevemente por su participación en los sucesos de octubre de 2019.
La primera parte de este nuevo año será turbulenta. Los procesos judiciales más importantes por actos de corrupción de la época correísta entrarán en sus etapas decisivas durante las siguientes semanas. También concurrirán a las cortes los inefables líderes indígenas y los políticos verdes que participaron en los actos violentos del mes de octubre. Los imputados en unos casos y otros se seguirán victimizando y buscarán eludir a la justicia uniéndose en un nuevo frente común que convoque a otro paro nacional o a protestas callejeras para intentar desestabilizar al Gobierno.
Como cada diciembre, antes de entrar en la vorágine de las fiestas y en la modorra de fin de año, comparto las lecturas más importantes de 2019. Aclaro que en este artículo he incluído solamente novelas pues la semana entrante me refreriré por completo a los libros de cuentos y relatos que merecen un texto aparte.
Debemos lamentar a diario que en pleno siglo XXI nuestra sociedad siga siendo especialmente misógina y remilgada. Las voces feministas, que se levantan cada vez con más fuerza, nos lo recuerdan de distintas formas, algunas señalándonos uno a uno, como en aquella representación coreográfica de “el violador eres tú”, que tanta molestia e indignación ha causado entre ciertos machos cabríos; y otras, representando de modo grotesco, burlón y al desnudo, a ese cavernícola que llevamos adentro.
Hace pocos años, un pequeño grupo de acomplejados resolvió modificar la forma en que se cantaba el himno a Quito. Los componentes de esa pandilla, alentados por los carajazos que retumbaban en la Plaza Grande entre Carondelet y las oficinas municipales, pretendieron borrar de la memoria de los habitantes de la capital la segunda estrofa de la letra escrita en 1944 por Bernardino Echeverría, sustituyéndola por la tercera estrofa que nunca había sido entonada por los quiteños.
Hemos escuchado toda la vida aquella sentencia fatal de que el Ecuador es ingobernable. La mediocridad general de la clase política, su falta de preparación profesional, su limitadísima cultura y educación; su ausencia notable de compromiso sincero y comprensión sobre las responsabilidades que implica el servicio público, entre muchas otras razones, nos mantienen en este permanente e inagotable círculo pesimista, vicioso y contradictorio del que no hemos logrado salir.