Hace pocos años, un pequeño grupo de acomplejados resolvió modificar la forma en que se cantaba el himno a Quito. Los componentes de esa pandilla, alentados por los carajazos que retumbaban en la Plaza Grande entre Carondelet y las oficinas municipales, pretendieron borrar de la memoria de los habitantes de la capital la segunda estrofa de la letra escrita en 1944 por Bernardino Echeverría, sustituyéndola por la tercera estrofa que nunca había sido entonada por los quiteños.
El pretexto que invocaron entonces ciertos ediles era que nos encontrábamos viviendo un momento histórico y que se debía resaltar la independencia de esta ciudad. Así, con falacias y engaños, de un día para el otro, los intérpretes de ese “momento histórico”, que hoy están en su gran mayoría tras las rejas o huyendo por sobre los tejados, empezaron a cantar: “Cuando América toda dormía, oh muy noble ciudad, fuiste tú, la que en nueva y triunfal rebeldía, fue de toda la América luz”.
Por supuesto, la fanfarronada no les duró nada, pues la gente, en un acto de rebeldía, entonaba cada vez con más fuerza esa parte de la letra que los impostores habían intentado borrar de la memoria de la gente con mentiras y alardes nacionalistas, como todo lo que se hacía en aquella época de remedo revolucionario: “Oh ciudad española en el Ande, oh ciudad que el incario soñó; porque te hizo Atahualpa eres grande y también porque España te amó”. Así, cada vez más alto y con más rabia, azotando con sus voces los rostros de piedra de los embusteros.
Y ellos, acomplejados e ignorantes, medrosos y obedientes, pretendían imponerse sobre la gente renegando del mestizaje que nos dejó la colonia, del mestizaje que llevamos con orgullo en la sangre la gran mayoría de los que habitamos esta nación.
En sus mentes estrechas, atoradas de dogmas y fanatismo, estos personajes que en la actualidad se escabullen entre las sombras o descansan tras barrotes, desconocían sus propios orígenes y esa historia que nos enriquece como personas y como sociedad, la historia de una época en la que heredamos la lengua española, que en el presente se beneficia de la riqueza incomparable de palabras, términos y modismos de los pueblos originarios de este continente; de una época que edificó el casco colonial más bello de América; de una época en la que se forjaron las costumbres de los nuevos habitantes de esta parte del planeta, nuestros antepasados, que nacieron como los ríos más caudalosos, de la confluencia de aguas con distintas vertientes.
El pretendido borronazo, obviamente, no solo se originó en el complejo y la ignorancia o en la falta de amor propio de esos personajes dignos de ser olvidados, sino también en el miedo y la conmoción que sufrían cuando el tirano les contagiaba a salivazos todos sus resentimientos, trastornos y perturbaciones; y, cuando a punta de amenazas, intentaba reescribir la historia acomodándola e interpretándola a su imagen y semejanza con los escribanos más bobos que tenía a mano.