Hemos escuchado toda la vida aquella sentencia fatal de que el Ecuador es ingobernable. La mediocridad general de la clase política, su falta de preparación profesional, su limitadísima cultura y educación; su ausencia notable de compromiso sincero y comprensión sobre las responsabilidades que implica el servicio público, entre muchas otras razones, nos mantienen en este permanente e inagotable círculo pesimista, vicioso y contradictorio del que no hemos logrado salir.
El sentido democrático del país es frágil. Los populismos, caudillismos y gobiernos de tinte autoritario que hemos sufrido, en especial el de la década anterior, han erosionado la institucionalidad y reforzado peligrosamente esa idea bárbara y delirante de reclamar gobernantes extremistas de mano dura o aspirantes a dictadores de triste pasado.
En una constante lamentable, reflejo de inmadurez y miopía acentuada, los opositores políticos se dedican a la crítica destructiva y al bloqueo de iniciativas del gobierno de turno, aunque éstas favorezcan a los intereses nacionales y se adecúen perfectamente a su propia ideología y convicciones, asumiendo que su contradicción en bruto les generará el favor de los votantes por desencanto o desgaste natural del gobernante.
Las últimas semanas, ciertos opositores del Gobierno, aspirantes y candidatos anticipados para la primera magistratura del Estado, se han pronunciado de forma ardorosa contra el retiro de subsidio de combustibles, a pesar de que esa medida económica ciertamente le beneficiará no solo a la alicaída economía fiscal, sino también a uno de ellos en el evento de que se convirtiera en el gobernante del Ecuador tras las elecciones del 2021.
Y vimos además, cómo no, a otros opositores, a los violentos e irreflexivos combatientes callejeros que objetaban esta misma medida con la cara hipócrita de defensores de la entelequia del pueblo, pero con un trasfondo evidente de apoyo a los golpistas de octubre.
Más tarde, el proyecto de ley de crecimiento económico, que abarcaba temas demasiado extensos de forma antijurídica, fue rechazado sin mayor análisis y sin rescatar aspectos positivos como la eliminación del anticipo al impuesto a la renta, deducción de aranceles para fomento productivo agrícola, entre otros, por un pelotón de ‘levantamanos’ que festejaron su pírrico triunfo como hinchas coléricos en un estadio de fútbol. Y, claro, lo hicieron en connivencia y con la complacencia de los contradictores afines al gobierno de la década anterior, causante del desastre económico que hoy nos tiene en estos apuros.
Resulta muy sospechoso que el tema de los subsidios, ya sea por vía de su eliminación o de su focalización, despierte el rechazo de estos opositores que en otras circunstancias serían los primeros en desmontar la onerosa carga que representan para el Estado. ¿Será acaso que lo hacen por simple cálculo político o quizás su resistencia tendrá otra causa no muy santa? O, ¿realmente seremos ingobernables?