Debemos lamentar a diario que en pleno siglo XXI nuestra sociedad siga siendo especialmente misógina y remilgada. Las voces feministas, que se levantan cada vez con más fuerza, nos lo recuerdan de distintas formas, algunas señalándonos uno a uno, como en aquella representación coreográfica de “el violador eres tú”, que tanta molestia e indignación ha causado entre ciertos machos cabríos; y otras, representando de modo grotesco, burlón y al desnudo, a ese cavernícola que llevamos adentro.
Las reacciones en uno y otro caso son tan variadas como esclarecedoras. Entre las nuevas generaciones se marca una constante y mayoritaria empatía con estas manifestaciones. Los más jóvenes comprenden y asimilan mejor el mensaje. Su reacción normal, ciertamente generalizada, ante estos gritos y llamados de atención es solidarizarse con ellas, ponerse en su sitio y hacerse responsables de un problema del que son parte ineludible aunque no se sientan culpables de forma directa.
En las generaciones mayores, por el contrario, las reacciones son dispares. Unos cuantos estúpidos se sienten incriminados por aquellos dedos acusadores que les repiten una y otra vez hasta el cansancio “el violador eres tú”, (porque nunca será suficiente que nos lo refrieguen mientras a diario la mujeres sigan sufriendo abusos, acosos y violaciones). Entre los afectados seguramente hay violadores consumados o potenciales, abusadores, acosadores o golpeadores, pero sobre todo se trata de tipos machistas, retrógrados y bastante tontos que no entienden o no quieren entender que las víctimas de abusos sexuales (asocien mentalmente a esas víctimas con el nombre de sus hijas, hermanas, madres o esposas) nunca, bajo ninguna circunstancia, son culpables por vestir de cierta forma, actuar de una u otra manera, tener edad infantil o encontrarse en el lugar equivocado con un animal bravío.
El consentimiento es un término que en sociedades fálicas e hipócritas, para ciertos hombres, resulta relativo. Unos cuantos tragos, ropa provocativa, un gesto de apariencia sensual o una simple cena amistosa desencadenan mensajes equívocos que no son ni implican consentimiento de ellas bajo ningún concepto, pero que pueden terminar en una agresión o en un delito sexual.
Basta repasar por un instante las idioteces que se publican en las redes sociales, como aquellas escritas por el llamado “cura de todos” y por algunos pastorcillos de otros cultos que demonizan y echan la culpa a la mujer por ser tal o por vestir de una forma u otra, para comprender que el machismo y la misoginia solo se erradicarán mayoritariamente en un proceso evolutivo al que le quedan aún algunas generaciones.
Por ahora, si alguien se siente aludido, acusado o avergonzado por esas mujeres que cantan, gritan, bailan o se desnudan para recordarnos que todas son o pueden llegar a ser víctimas, posiblemente el violador, el macho castigador o el cavernícola (o todos juntos), podrías ser tú.