No se puede negar que el país es otro desde octubre de 2019. El Ecuador de antes, esa ficción en la que muchos creíamos o queríamos creer, no existe más, y no porque aquella revuelta infiltrada y manipulada por golpistas y delincuentes hubiera provocado algún tipo de cambio, sino porque además de dejar destrozos y pérdidas económicas, quedaron al descubierto los más íntimos complejos y defectos de nuestra sociedad, pero de manera especial, porque allí se descubrieron los oscuros secretos y las perversas obsesiones que persiguen ciertos grupos mafiosos alentados por el caos y la anarquía que se ha impuesto en otros países latinoamericanos.
Hoy, como parte de las secuelas de octubre, nos acechan negros nubarrones cargados de pesimismo, temor y desazón. Y no es para menos, pues nos mantenemos en tregua con la amenaza latente de nuevas paralizaciones y renovados enfrentamientos, aunque a todas luces solo resulten pretextos detrás de un fin politiquero o de una vía para eludir a la justicia que ha encauzado por corrupción a buena parte de los responsables de la década saqueada.
Cuando la ficción se hundió, emergió la realidad. No debe extrañarnos por tanto que durante los últimos meses hayan caído de forma alarmante los índices de credibilidad y confianza en la democracia y sus instituciones fundamentales. Basta repasar un día la prensa, recorrer un mercado, mantener una charla o darse una vuelta por las redes sociales, para comprender que demasiadas personas hablan con total soltura, casi con temeridad, de su preferencia por gobernantes de mano dura que ofrezcan limpiar las ciudades de delincuentes, que silencien a opositores y contradictores con una sola orden, y que mantengan a la justicia a raya, bajo su control, autoridad y dirección. No se dan cuenta, por supuesto, que los dos extremos piensan igual, y que en un lado y otro hay extremistas, y que en los dos bandos existen personajes que cumplirían a la perfección sus expectativas.
Tampoco debe asombrarnos que como parte de esta desidia generalizada, de este derrotismo crónico, hoy se apoye otra vez a los corruptos que hicieron de la política un gran negocio para sí mismos y para sus socios, a los que montaron empresas mafiosas y controlaron todos los poderes, a los que sometieron, humillaron y enjuiciaron a críticos y detractores, y ahora, cuando aquellos pretenden volver, los que fueron sometidos, humillados, encauzados y perjudicados, se arrodillen otra vez a sus pies porque siguen estancados en el vasallaje del pasado, en la sumisión al patrón, en la indigna postración ante cualquier ente que se muestre superior o se ofrezca en aromas de divinidad frente a incautos admiradores, a pesar de solo se trate de un mandatario pasajero que debe estar al servicio de sus mandantes. Las heridas de octubre permanecen infectadas, supurantes y hediondas mientras nos aproximamos al abismo en el que caen inevitablemente todas las sociedades desiguales e incultas.